miércoles, 11 de enero de 2017

Antecedentes de la Independencia en Guatemala.

Nociones generales.

Contraste en la colonización.


La colonización castellana[1] en el Nuevo Mundo tuvo profundos y diferentes resultados respecto a los obtenidos por sus rivales europeos; principalmente ingleses[2], pero también franceses y portugueses.

Estos factores de distinción radicaban principalmente en la forma de conducir la logística política, económica y social de los establecimientos coloniales.


Mientras que, en las posesiones inglesas, por ejemplo, se desarrollaron alrededor de núcleos de asentamiento —es decir familias— que buscaban nuevas tierras para vivir lejos de la persecución religiosa[3]—; las colonias españolas se originaron como una supuesta fuente de riquezas inagotables.


En las primeras décadas, en teoría, las tierras recién pacificadas fueron destinadas a los conquistadores y a sus descendientes directos —o «beneméritos»[4]—.


Sin embargo, después de diversas pugnas políticas acontecidas a lo largo de muchas décadas; quedaron neutralizados por funcionarios llegados de la metrópoli.El centralismo peninsular se impuso a expensas de la autogestión indiana.


En el largo plazo, este enfoque organizacional repercutió de forma negativa, tanto para la Corona como para los súbditos indianos[5]; dado que el esfuerzo del descubrimiento y la exploración hecho por los castellanos, abrió la brecha para que otras naciones sacaran el mayor provecho posible.


La inversión hecha en tiempo, recursos económicos y humanos con el afán de descubrir y explorar tierras totalmente desconocidas, abrió un mundo de tesoros ilimitados; que, al mismo tiempo, marcó para siempre a las posesiones recién adquiridas.


Las enfermedades endémicas del Viejo Mundo —que eran desconocidas en estas tierras— así como las guerras de conquista, acabaron con ancestrales sistemas de organización política en las Indias Occidentales.


La consecuente reducción de las diversas naciones derrotadas hasta un grado de sometimiento mayor al entonces conocido, fue uno de los factores decisivos para la creación de normativas que pusieran bajo el control de la corona castellana y la iglesia romana las regiones en proceso de apaciguamiento.


En buena parte, esto permitió mitigar la situación de desdicha que las poblaciones cautivas sobrellevaron bajo el dominio de los Adelantados[6].


Las premisas estipuladas en las Ordenanzas decretadas por el rey Carlos I de España y V de Alemania en 1542, radicaban en el principio de consolidación y expansión de la «Monarquía Universal Cristiana».


Estos esfuerzos de la dinastía de los Habsburgo —mejor conocidos como «los Austria»— tenían como objetivo obligar a los conquistadores a doblegarse ante la autoridad real.


En función a estos puntos, se observa una evolución totalmente distinta entre métodos de dominio colonial de los ingleses respecto a sus homólogos españoles.


Los primeros se concentraron, a partir del siglo XVI, en la costa oriental de la América del Norte; empujando constantemente a la población originaria hacia el interior, independientemente sí fue por legitima adquisición territorial o por simple ocupación y expulsión durante los siglos posteriores.


En tanto, los españoles conquistaron más de cien años antes a los pueblos nativos encontrados a su paso, donde la consolidación del proyecto hispánico respondía a razones económicas (la búsqueda de riquezas, principalmente minerales), políticas (expansión de la Monarquía Española) y espirituales (la evangelización de los nativos indianos bajo la fe católica) por parte la Corona castellana.


A lo largo de los siguientes dos siglos, el espacio vital de la Monarquía Española en las Indias Occidentales abarcó regiones inconmensurables que, en muchos casos, jamás terminaron de ser completamente dominadas.


Para la Corona[7] algunas colonias presentaron, desde el principio, mayores atractivos respecto a otras; dada la existencia, o ausencia, de enormes yacimientos de metales preciosos bajo sus suelos.


Estos recursos económicos eran imprescindibles para que los Austria pudieran proseguir con sus aspiraciones imperialistas en el Viejo Mundo, por lo que muy poco de esta riqueza llegó a manos de la plebe española.  


No obstante, debido a este ingente desembolso monetario a lo largo de las guerras en el siglo XVII; la Corona española optó ―en su defecto― por consolidar el dominio firmemente establecido en las tierras indianas de ultramar[8].


En estos «reinos[9]», el poder genuino de los representantes de la Corona tenía un radio de acción más o menos limitado.


El motivo radica en que conforme se alejaban de las ciudades fundadas, la influencia tangible iba en disminución; pues al adentrarse en vastas regiones con climas, condiciones geográficas muy distintas y redes de comunicación no siempre accesibles, el poder del centro neurálgico era más bien nominal, dado el aislamiento de unas respecto a otras.


El mejor de eso se constituyó en los territorios de la actual nación guatemalteca. 


División territorial aproximada de los reinos indianos a lo largo del siglo XVI, que correspondían a la jurisdicción de las Reales Audiencias.

Organización política.


El proceso de consolidación política, social y económica en los territorios españoles suele situarse en la primera mitad del siglo XVI, con algunas acciones postergadas hasta finales del siglo XVII y mediados del XVIII.

Tanto Guatemala como los demás reinos indianos, respondían a una combinación de sistemas preexistentes en la península ibérica desde la Edad Media; junto con normas y procedimientos que —con el tiempo y la necesidad— fueron surgiendo durante todo el siglo XVI, tras el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo.


Lo concerniente a la Guatemala indiana[10], la conquista y pacificación del territorio se llevó a cabo entre 1524 y 1543 para la mayor parte de la región situada al Sur de la cuenca del río Motagua; extendiéndose incluso hasta 1697 con la conquista de área lacustre, en las tierras bajas del Petén central.


Como organización política independiente, el Reino de Guatemala fue fundado el 18 de diciembre de 1527 cuando —por Real Cédula— fue separado de dominios de conquistador de los territorios mexicas, don Hernán Cortez.


El nuevo reino fue entregando a don Pedro de Alvarado en calidad de Gobernación, con título de Adelantado.


Esta fue la recompensa otorgada por rey don Carlos I de España debido a los esfuerzos incurridos por sus tropas durante la campaña de conquista


Como se mencionó anteriormente, dentro de territorio guatemaltense[11], las Leyes Nuevas entraron en vigor en 1543; cuando estas buscaron contrarrestar las aspiraciones aristocráticas de los conquistadores ya convertidos en encomenderos[12]


Para llevar a cabo la tarea, la Corona organizó los dominios mayores de tierra firme en virreinatos; una institución administrativa creada durante los primeros descubrimientos en las islas de las Antillas mayores.


En un principio, hubo dos virreinatos en el continente: la Nueva España que comprendía todas las posesiones al Noroeste de la región de Veragua hasta los confines indefinidos del árido Norte mexicano[13].


El otro virreinato fue el Perú, cuya extensión hasta mediados del siglo XVIII abarcó prácticamente toda la América del Sur no colonizada por la Corona portuguesa y otras potencias europeas.


De esta cuenta, de los virreinatos se desprendieron diversos reinos y de estos, a su vez, otras instituciones de menor jerarquía.


Estas últimas fueron conocidas en una forma sui generis como corregimientos —o provincias de población indígena— y alcaldías mayores, es decir provincias donde la población de diversas castas o mezclas raciales predominaba.


Territorio de la Real Audiencia de Guatemala en 1543 y 1690, conformado por las provincias de Chyapas(sic), Soconusco, Verapaz, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa-rica(sic) y Veragua.


En cada una de estas provincias funcionaban distintas instituciones con personería jurídica específica y con funciones firmemente determinadas:


Para el funcionamiento del gobierno real, en materia de administración jurídica y fiscal, estaban las Reales Audiencias, compuesta por un cuerpo colegiado de oidores (magistrados de lo civil), alcaldes de corte (magistrados de lo penal) y por el Presidente de la Audiencia.


Los miembros de las audiencias debían ser peninsulares o españoles nacidos en la metrópoli.


Para la defensa territorial existía la Capitanía General, comandada por el mismo Presidente de la Real Audiencia, quien por la tradición conservaba para sí el antiguo título de «Gobernador del Reino.»


El capitán general era quien comandaba las guarniciones de tropas, dragones y demás reales milicias —o ejércitos— de aquellos días.


Respecto el gobierno eclesiástico, los primeros obispados surgieron de forma simultánea a los reinos y gubernaturas anteriores a 1542.  


En algunos casos, estos alcanzaron la jerarquía de arzobispado tras la consolidación de las provincias eclesiásticas o curatos; que fueron manejadas por el clero secular y estaban presididas por el obispo o arzobispo metropolitano.


De esta forma, la cabeza regional contaba con el cabildo eclesiástico, donde sus miembros ejercían funciones administrativas y doctrinales de acuerdo a su naturaleza pastoral. 


Supeditados a la autoridad episcopal, pero con cierto grado de autonomía interna, se encontraba el clero regular o el compuesto por las órdenes religiosas.


Estas asociaciones de derecho pontificio eran de carácter misionero, pues fueron las responsables de difundir el cristianismo católico entre las poblaciones conquistadas.


Su labor se concentró en las regiones alejadas de las villas y ciudades de españoles, fundando poblaciones para congregar a los nativos en las llamadas «reducciones de indios».


De esa manera sus tareas doctrinales, así como la recaudación del diezmo y el tributo, se llevaban a cabo de forma más eficiente.


Fruto de la labor misionera y doctrinera de los frailes dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios, jesuitas y betlemitas (entre otros), se desarrollaron —como en el Viejo Mundo— instituciones de tipo educativo y académico.


Los colegios mayores, seminarios y finalmente universidades fueron los escasos ejemplos de erudición en ramas tan diversas como derecho, medicina y teología.


Cabe resaltar que estas disciplinas fueron las únicas carreras cultivadas por la educación superior de aquellos tiempos.


Por último, más no menos importante, se desarrolló desde los primeros tiempos la institución del Cabildo[14] o Ayuntamiento.


Así como las reales audiencias, éste era un cuerpo colegiado de vecinos notables, en cuyas instancias se resolvían asuntos de carácter municipal y administración territorial a nivel de corregimientos y alcaldías.


De esta forma, la institución edil fue la que mejor reflejó los intereses de la élite indiana —o criolla— en contraposición al poder de los representantes monárquicos. 


En el caso de Gobernación y Reino guatemalense, la Real Audiencia de Santiago de Guatemala, era de tipo pretorial.


Esto significaba que no dependió políticamente del virreinato novohispano y a partir de 1570 se dividió en diez provincias —siete corregimientos y tres alcaldías mayores— según cada caso—: Soconusco, Suchiltepéque(sic), Escuintla[15] , Guazacapán, Sonsonate, San Salvador, Quezaltenango(sic), Tecpán-Atitlán, Corregimiento del Valle, Totonicapán y Güegüetenango(sic), Verapaz y Chiquimula de la Sierra.


División aproximada de la provincia de Guatemala hasta 1750, entre sus corregimientos y alcaldías mayores. 

Economía y sociedad.


El sistema económico imperante en las colonias españolas fue conocido bajo el nombre de mercantilismo.

Este control fue ejercido directamente por la Corona para regular el comercio con sus posesiones ultramarinas, a través de la Casa de Contratación.

Su sede original fue Sevilla, pero a finales del siglo XVI se situó en el puerto en Cádiz. 

Las regulaciones aduaneras impuestas por este consorcio castigaron a las Indias Occidentales con una inmensa tributación en términos de fletes, aranceles y demás arbitrios fiscales.

A estos inconvenientes, se sumaban otros problemas tales como la interjección de las rutas entre la metrópoli y ultramar, debido principalmente a la actividad de piratería —tanto de bucaneros como corsarios— en el mar Caribe y las costas del Pacífico

Por esa razón, la flota de galeones españoles tenía dos recorridos al año, en grandes convoyes armados.

El déficit en balanza comercial de materias primas y productos agropecuarios de los reinos indianos por parte de los mercados en la península, obligó a los colonos de todas las condiciones sociales y económicas a practicar el contrabando[16].

Debido a la prohibición real para tener industria propia, la extrema necesidad de los súbditos indianos en este lado del Atlántico propició el intercambio ilegal, o contrabando, de su producción por bienes manufacturados escasos, normalmente ofrecidos por ingleses y holandeses.

Con esto, se creó un vacío hacendístico del cual la Corona no pudo librarse durante mucho tiempo.  

En el caso del Reino de Guatemala, la minería tuvo una importancia moderada hasta mediados del siglo XVI, principalmente en la provincia de Comayagua[17] y algunos sitios específicos de la gobernación de Guatemala.

En otras regiones del reino las actividades como la ganadería, la agricultura y el comercio «libre» o de contrabando se convirtieron en la fuente principal de ingresos para la población en general.

Dado el papel influyente en todos los ámbitos de la vida colonial, las órdenes religiosas y el clero secular adquirieron, paulatinamente, un inmenso poder económico y político.

La razón de este fenómeno fue que, a través de las obras pías, las capellanías y demás doctrinas se acumularon grandes caudales de riqueza en metálico, así comió por medio de los censos enfitéuticos, la Iglesia adquirió ingentes extensiones de tierra.

Aun con las restricciones siempre existió el esfuerzo individual, aunque estadísticamente insignificante, por parte de algunos ejemplos aislados de prospero emprendimiento; como ciertos comerciantes del siglo XVII y finales del siglo XVIII[18].

En estos casos puede constatarse que, por medio del trabajo personal y las excelentes relaciones interpersonales dentro de diversos ámbitos sociales; personajes de origen oscuro pudieron superar la adversidad económica y social para luego transformarla en oportunidades de enriquecimiento legítimo.         

En el caso de Juan Fermín de Aycinena e Irigoyen, las ganancias acumuladas en cuarenta años de atinadas inversiones, le permitieron posicionarse en el negocio de las mercancías —o commodities de aquellos tiempos— como la plata hondureña, los tintes gaditanos y el añil sansalvadoreño; en donde adquirió por medio de hipotecas grandes haciendas añileras.

Eventualmente esto le reditúo una privilegiada posición de inmenso poder político. Esta acción en particular, fue el inicio de las diferencias regionalistas entre San Salvador y Guatemala, al crear un gran resentimiento entre los agricultores expropiados a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

Por último, gracias a su intervención y apoyo frente al traslado de la ciudad de Guatemala al llano de la Hermita(sic), se le nombra Administrador General del Traslado, adquiriendo un gran poder de decisión sobre los recursos empleados al efecto, en especial las rentas de alcabala y la logística en la urbanización y construcción de la nueva ciudad[19].

Pirámide social.


La teoría sociológica que los funcionarios de la Corona manejaban a lo largo del período colonial, respecto a cómo debía conformarse la pirámide estamental era la siguiente:

Españoles:


Aun siendo la escala superior en el sistema de castas, no obstante, dentro de la misma existían dos categorías que condicionaban no solo el comportamiento y desenvolvimiento de los individuos, dado que la posición social repercutía en su futuro económico. Estaban clasificados de la siguiente forma:

1. Criollos:

También denominados como indianos y americanos con posterioridad.  Eran aquellos que podían probar su linaje de sangre hasta los conquistadores.

Muchos se convirtieron en terratenientes que dependían de la servidumbre y la esclavitud para explotar sus haciendas; mientras que otros introdujeron al Reino de Guatemala la gran variedad de oficios, indispensables para la visión civilizadora europea.

En muchos casos, con el tiempo y la suerte, hubo individuos que gozaron de una existencia acomodada, a su vez que otros subsistieron como artesanos, criadores y labradores venidos a menos.

Contrario a la creencia generalizada, entre los criollos si hubo cierto grado de mestizaje[20] que, no obstante, podía fácilmente «limpiarse» en las actas de bautizo y matrimonio[21] de los padrones parroquiales.


2. Peninsulares:

Eran los funcionarios de la Corona y representantes de las casas comerciales españolas más prestigiosas en las colonias.

Al ser depositarios formales del poder, solo pasaban algunos años en las colonias, sobre todo los Presidentes de Audiencia.

Sus hijos nacidos en las Indias, por consiguiente, caían en la categoría de criollos.

Indios o naturales:


Al perder la guerra de conquista, los nativos del Nuevo Mundo pasaron a ser —en su mayor parte—esclavos de los repartimientos, tanto en el campo como en las minas. 

Posteriormente su situación se modificó hacia la servidumbre de encomienda.

Las Leyes Nuevas de 1543, suprimen definitivamente la esclavitud al devolverles gran parte de sus tierras[22] que estarían a cargo de las órdenes religiosas, encargadas de la conversión masiva al catolicismo.

Conforme transcurrieron los años, la mayor parte de su población permaneció aislada en las regiones más remotas, viviendo de la economía de subsistencia.En el caso de Guatemala se dividan en:

1. Principales:

Los remanentes de la nobleza indígena que sobrevivió a la conquista. 

Fueron los custodios del poder local, por medio de las alcaldías y cofradías de llamados «pueblos de indios» y eran los encargados, en su momento, de captar el tributo que debía ser entregado a los representantes de Su Majestad.

Con el tiempo, fueron desapareciendo, al mezclarse tanto con los plebeyos como con gentes de otros estamentos sociales.

2. Maceguales:

Era la masa de población vasalla que cargaban con los tributos de la Corona. Eran quienes respondían directamente al momento de los mandatos para trabajar en las encomiendas.


Su trabajo estaba grabado directamente con el tributo a la Corona.


Negros o morenos:



Constituyeron la mano de obra importada desde el continente africano, en calidad de esclavos. Suplieron el lugar de las poblaciones exterminadas por las enfermedades, la guerra y el cautiverio.

Los destinados a las minas y plantaciones tuvieron una existencia miserable, principalmente en las áreas de clima tropical; mientras que los domésticos tuvieron mejores prerrogativas y la opción a comprar su libertad.

Por su lugar en la sociedad colonial, muchos buscaron casarse con mujeres de otros estamentos, sobre todo con indígenas, asegurando así que sus hijos nacieran como personas libres.

La gente de castas:


La rigidez teórica de la estructura social esperada no se mantuvo pues la naturaleza propia del ser humano ―movido por deseos, necesidades y preferencias personales―, se vio atraído hacia lo que creyó conveniente para preservar su existencia.

Frente a una realidad donde había muy pocas féminas europeas para escoger, la soledad inicial de estos conquistadores y de sus descendientes —legítimos o naturales—, condujo a los diversos grupos étnicos a mezclarse y continuar mezclándose entre sí, rompiendo definitivamente el orden estamental.

Esto dio como resultado al amplio espectro del mestizaje americano o los llamados «pardos» o «gentes de castas».

Estos individuos habitaron los campos, las villas y las ciudades, dedicándose a diversos oficios y con destinos muy desiguales en sus vidas; desde las masas sumidas en la pobreza de las ciudades, hasta algunos ejemplos aislados de individuos con orígenes muy humildes convertidos en ricos propietarios de tierras y prestadores de servicios de abasto para la capital del reino.[23]


Las “expresiones de las castas de gentes”, herramientas muy difundidas en los virreinatos de la Nueva España y el Perú, funcionaban como catálogos sociológicos que determinaban la calidad de las personas en función a su origen étnico, desde el punto de vista del antiguo régimen hispánico. 

Las reformas borbónicas.


Al terminar el conflicto por la sucesión española en 1713, los Habsburgo ceden la Corona a la nueva casa de Borbón.

Esta nueva dinastía de origen francés introdujo cambios profundos en el país que, a largo plazo, repercutieron en todos los ámbitos de todos los reinos españoles, tanto del viejo como del nuevo mundo.

Por las ideas ilustradas[24], los nuevos monarcas se dan a la tarea de reorganizar todo el aparato burocrático del imperio; de acuerdo a novedosos parámetros en la administración real, militar y fiscal.

Con estas modificaciones, la burocracia monárquica se convirtió en una maquinaria eficiente de recaudación de impuestos.

Al mismo tiempo, los nuevos gobernantes crearon instituciones que buscaban fomentar la cultura entre sus súbditos desde las nuevas academias de ciencias en los ámbitos de las artes, las ciencias y las letras hasta las sociedades económicas y consulados de comercio que permitían la aplicación de los principios ilustrados en la búsqueda de la riqueza y prosperidad material.

El nuevo régimen desmanteló poco a poco el complejo y arcaico aparato legislativo y administrativo derivado del antiguo derecho casuístico español. El mercantilismo, aparentemente, llegaba a su fin.

Uno de los monarcas que más impulsó este rumbo fue don Carlos III de Borbón, el «déspota ilustrado» por excelencia; quien como buen absolutista confiaba ciegamente que el progreso y la modernización de la Monarquía. 

No obstante, a todos los aspectos positivos que puso en práctica, la política exterior española se vio sujeta a factores externos; que, por sus lazos políticos con Francia, pusieron en la cuerda floja a la Corona española.

Esto arrastró a los Borbones españoles a dos eventos de los cuales el Imperio se debilitó estrepitosamente.

El primero fue la participación militar de las Reales Milicias y la Real Armada en 1779 y 1783 en la guerra entre Gran Bretaña y sus posesiones en la América del Norte.

Al apoyar a la facción de los rebeldes americanos y sus aliados franceses, el gobierno español supuso la oportunidad de recuperar algunos territorios perdidos.

Sin embargo, el rey no estuvo del todo conforme con la idea de auxiliar sublevados; pues al tratarse prácticamente de una guerra civil entre el rey británico y sus súbditos colonos, esto le hizo temer que las ideas emancipadoras de la naciente república de Estados Unidos de América repercutieran en sus dominios indianos.

Un efecto inmediato de la American Revolution en estas tierras fue que todo el esfuerzo que las autoridades coloniales pusieron durante años para coordinar las actividades del traslado de la ciudad capital al nuevo asentamiento en la Nueva Guatemala[25], privaron al Reino de Guatemala del auge económico que otras colonias españolas disfrutaron en aquellos tiempos.

Al verse privadas del comercio directo con Cuba y las Antillas menores por el bloqueo naval que los británicos impusieron en los puertos del Atlántico, sumado al hostigamiento que los indómitos misquitos, aliados naturales de Gran Bretaña en las costas y poblaciones españolas del interior[26], la colonia quedo rezagada y deprimida por muchas décadas.

La traslación, impuesta por real cédula de Carlos III, también supuso un hecho catastrófico —a todo nivel imaginable—para todos los súbditos del reino.

Los vecinos santiaguenses y pueblos adyacentes a la antigua capital fueron desarraigados de sus hogares ancestrales para empezar desde cero en un sitio completamente inhóspito.

Sin embargo, las demás provincias no se salvaron de sufrir imposiciones fiscales que drenaron de sus exiguos recursos económicos para levantar la nueva capital del Reino.  

Lineamentos generales del despotismo ilustrado:

Las pautas ideológicas seguidas por la Corona Española en sus reformas fueron las siguientes:
  • Estímulo a las actividades comerciales e industriales por medio de la liberalización parcial de monopolios y fomento a las obras públicas de beneficio común —como la construcción de la red vial, edificaciones y trazo de nuevas ciudades—con el objeto del impulsar el desarrollo económico.
  • Neutralización del poder eclesiástico por medio de la secularización —entre otros privilegios— de las doctrinas[27] manejadas por las órdenes religiosas en los pueblos de indios. 
El ejemplo más ilustrativo de lo anterior fue la expulsión de los jesuitas de todas las posesiones coloniales, no solo españolas; así como la casi aniquilación de la Inquisición que, si bien no registró mayor actividad en las colonias americanas, gozaba de un poder social y económico ad hoc a su posición.

Por el aparente éxito de la reforma política y fiscal en los reinos peninsulares, sus estatutos se replicaron en los reinos indianos, aumentando su presencia militar y política.

En ese sentido los dos virreinatos y capitanías generales originales, por lo vasto de su territorio[28], derivaron de las siguientes unidades de administración de justicia y defensa:
  • Virreinato de Nueva Granada en 1739, junto con su Real Audiencia en Santa Fé de Bogotá.
  • Capitanía General de Cuba en 1764 (con la Real Audiencia de Santiago de Cuba). 
  • Virreinato del Rio de la Plata en 1776 (y la Real Audiencia de Buenos Aires).
  • Capitanía General de Venezuela en 1777 (y su Real Audiencia de Caracas).

A su vez, la reforma fiscal se concentró en las nuevas intendencias, cuyo objetivo era aumentar el cobro de impuestos, flexibilizando la administración hacendística que acercó la presencia real a las ciudades y villas americanas.

Ese cambio ocasionó no pocas tensiones entre los vasallos de la Monarquía ante la perspectiva de ampliar su carga tributaria.

El absolutismo centralista contrastaba con la aparente indiferencia y flexibilidad de los Habsburgo, siempre y cuando continuaran el envío de metales preciosos a la península.

La percepción general en las colonias a estos cambios políticos fortaleció el latente espíritu criollista —semilla un tanto difusa del posterior nacionalismo— frente la metrópoli.


Eventualmente, este sentimiento diferenciador entre «españoles» de ambos lados del Atlántico sería uno de los factores que propiciaría la independencia hispanoamericana.


En contrapunto a lo antes expuesto, la liberación parcial del comercio colonial, el rompimiento del monopolio gaditano[29] la desregulación y la consiguiente autorización a la existencia de una incipiente industria colonial surtieron efectos positivos e inmediatos que aliviaron la escasez generalizada de productos manufacturados.

En su espíritu reformista, la Corona también propició cambios a nivel social como la flexibilización de prerrogativas en los llamados «beneméritos» (o descendientes directos de conquistadores) frente a las castas de pardos —mestizos, mulatos, zambos y demás combinaciones—.

Desde los primeros tiempos, los individuos de «dudosa procedencia» —como veía a las gentes de castas— no tuvieron lugar en la legislación colonial, puesto que la misma no consideraba su existencia.

Se llegó al punto que algunas normas contenidas en las Leyes Nuevas (como la prohibición de buscar trabajo en sitios anexos a los pueblos de indios) fueron obstáculos importantes para el desarrollo humano durante los primeros dos siglos y medio de dominación española.

Con el cambio de paradigma legal donde empezó a tomarse en cuenta a situación de los estratos inferiores del sistema de castas, provocó profundos malestares entre los criollos que se veían a sí mismos como la cúspide de la pirámide social indiana.


Al concluir época colonial, existían cuatro virreinatos, cuatro capitanías generales, doce reales audiencias y muchísimas intendencias.

Con todo y las profundas transformaciones en las actividades económicas ―principalmente agrícolas, industriales y mercantiles―, la vida empezó su lento proceso de cambios, extendieron a lo largo y lo ancho del mundo hispánico.

Finalmente contribuyeron a que regiones tan remotas como Buenos Aires y Valparaíso de Chile por primera vez en su historia cobraran interés y prosperidad al convertirse en puertos de importancia.

Como se ve, el factor económico fue la otra cara de la moneda en las reformas políticas y fiscales, que con el tiempo mostró las bondades de la reestructuración dinástica, pues la existencia para millones de hispanoamericanos mejoró enormemente durante esos años.

Con esto se reforzaron los lazos comerciales con la metrópoli, integrándose de mejor forma las colonias entre sí con el comercio mundial, cuyo panorama empezaba a inquietar los ojos de sus contempladores.

Para bien o para mal, las reformas borbónicas —centralizadoras en lo político, flexibles en lo económico— trajeron consigo el auge ilustrado que ya se daba en España hacia las ciudades principales de los reinos americanos.

Las riquezas que fluyeron en esos años propiciaron que las élites empezaran a cultivarse en las mismas actividades intelectuales que sus hermanos peninsulares, mediante la fundación de «Sociedades de Amigos del País».


Estas tertulias—o reuniones sociales— económicas, literarias, científicas y artísticas tuvieron como tribuna de difusión mediática a las «gacetas» o periódicos impresos donde las personas que buscaban educarse —ambos sexos por igual— se dieron a la tarea de escribir toda clase de tópicos, expresando —hasta donde era posible— sus ideas particulares. 

La cultura —o vida ilustrada— se propagó por las tierras indianas.


Ecos lejanos de rupturas.


En un principio la económica, el arte y la ciencia carecían de todo contenido político; puesto que su objetivo era fomentar y promover el progreso material y desarrollo intelectual de los pueblos dentro del sistema monárquico español.

Pero cuando las publicaciones difundieron las noticias e ideas que sustentaban los acontecimientos ocurridos de las colonias inglesas en el lejano Norte, así como las profundas transformaciones que ocurrían en la Francia revolucionaria, pronto la ilustración cultural dio paso a la revolución de ideas políticas entre las élites hispanoamericanas.

Ejemplificando este contexto, la Sociedad Económica de Amigos del País —con sede en la Nueva Guatemala de la Asunción— fue promovida tanto por el arzobispo metropolitano, Mons. don Cayetano Francos y Monroy como por el oidor de la Real Audiencia don Jacobo de Villaurrutia y López de Osorio.

Estos personajes sugerían aprovechar la riqueza en los suelos reales, a la vez que buscaban fomentar nuevos cultivos que pudieran aumentar las rentas tanto de la Corona como de los particulares.

En los estudios realizados para el caso desde 1794 pusieron en evidencia las debilidades y fortalezas sociales y económicas de Guatemala; para cuya mitigación se fundó, por medio de real cédula, la Escuela de Dibujo y Matemáticas dos años después.

Estas disciplinas académicas fue la semilla de las ciencias económicas, la arquitectura y la ingeniería en Guatemala. 

En los estudios de tipo sociológico también se plantearon medidas de cómo promover la educación y la productividad entre las poblaciones de «gente ordinaria» o «ladinos»[30]  precisamente por ser, en muchos casos, quienes vivían en la pobreza más atroz y proscripción.

Pensando en la formación profesional, la Sociedad de Amigos buscó fomentar estudios incipientes en las artes y las ciencias, teniendo un gran éxito en las demás ciudades del reino, a través de filiales en Comayagua, Trujillo, Tegucigalpa, San Salvador, Quezaltenango y Santa Ana. 

El derrumbe ibérico.


Napoleón aprovecha conflictos internos.


Aunque los acontecimientos ocurridos en la América del Norte marcaron un nuevo rumbo en las relaciones entre una metrópoli europea respecto a sus territorios de ultramar.

La repercusión no se notó inicialmente en las remotas colonias españolas que existían a miles de kilómetros hacia el Sur, más allá de los bosques de la cordillera de los Apalaches y las llanuras del valle del Mississippi.

Tuvo mayor efecto el fragor revolucionario en Francia, que puso en pie de guerra a prácticamente todas las naciones de Europa, casi sin excepción.

De un plumazo desapareció la milenaria monarquía francesa, colocando en una situación peligrosa a las demás soberanías europeas, modelos del antiguo régimen.

En España, la muerte del ilustrado don Carlos III, dio paso a su hijo don Carlos IV, hombre por demás hedonista y desinteresado en la política, que dejó el mando del Imperio en su primer ministro don Manuel de Godoy, favorito de su esposa doña María Luisa de Parma.

Al no ser capaz de definir una política exterior frente a su belicoso vecino, Godoy no tuvo más remedio, después de vacilar si proseguir o romper con los franceses, en aliarse de nuevo con el país galo ahora al mando del emperador Napoleón Bonaparte.

Esta alianza política y militar repercutió profundamente en el poderío naval de España, al punto que, durante la batalla de Trafalgár en 1805 contra los británicos, se perdió practicante toda la flota de la que hacía uso la metrópoli peninsular para comunicarse con sus posesiones ultramarinas.

Desde entonces las colonias quedaron, sin proponérselo libres a su suerte, quedaron en una deriva política, comerciando entre sí, con los ingleses y los americanos.  

Dos años después, con el tratado de Fontainebleau, casi treinta mil tropas francesas cruzaron la península ibérica con destino a la capital portuguesa de Lisboa, para así poner fin a la alianza entre la dinastía de Braganza con Londres.

La presencia de tropas francesas en suelo español creó no pocas incomodidades tanto al ministro Godoy como a la corona real pues el balance de poder en la península estaba indudablemente de lado de los franceses.

Ante el vacío institucional el príncipe don Fernando —entonces heredero de la Corona— conspira contra su padre aprovechando el descontento general contra Godoy quien permitió la penetración de ideas liberales en la península.

Luego del éxito de la revuelta de Aranjuez en marzo de 1808 contra el favorito del reino, Bonaparte convoca a don Carlos y a don Fernando en Bayona, ciudad francesa próxima a la frontera.

Entre abril y mayo de este año el emperador de los franceses les retira los derechos a la Corona tanto don Carlos como a don Fernando, exiliando al primero en Roma y encarcelando al príncipe en territorio francés, reservándose el emperador los derechos de sucesión, que luego le otorgaría a su hermano José Bonaparte. 

Juntas y guerrillas


El día 2 de mayo de 1808, estalló finalmente la revuelta general en Madrid. Este hecho marcó el inicio de la guerra de independencia española.

No obstante, tanto nobleza y clero adoptaron una actitud ambigua pues en julio de ese mismo año habían asistido a la proclamación de José Bonaparte como rey de España.

Los reales ejércitos españoles, con apoyo de miles de partidas armadas, hostigaron desde entonces a los invasores con tácticas propias de «guerra de guerrillas», al punto que durante resto del año fue desfavorable para don José I.

Ante la derrota inminente, finalmente abandona Madrid hasta que el mismo Napoleón quien fue personalmente a España para hacerse cargo de la situación.

Para noviembre las juntas provinciales —hasta ese momento acéfalas de cualquier poder central— encabezan revueltas la lucha contra los franceses creando en consecuencia la junta central suprema para unificar esfuerzos a lo ancho y largo del país, constituyéndose como un gobierno totalmente autónomo de Madrid.

Para 1810 todo el territorio español está ocupado por los franceses, donde José I trató de consolidarse sin éxito en el trono.

Mientras tanto la junta central se amplió hasta convertirse en la Junta de España e Indias, mandando un mensaje de integración real frente al invasor a las colonias.

Los «españoles americanos» entonces enviaron delegados por cada reino indiano más[31], llegando a ser el bloque ultramarino de 49 delegados coloniales en las juntas peninsulares.  
Antes de que esto se concretara, la repercusión de la guerra en la península finalmente alcanzó a los americanos, ya que —emulando a sus contrapartes europeos— crearon juntas provisionales en sus ciudades; muchas de las cuales ya defendían aspiraciones emancipadoras.

Con estas noticias, las autoridades españolas tomaron cartas en el asunto, para así aprovechar el espíritu parlamentario en los liberales españoles para convocar a las cortes generales y redactar una constitución para la monarquía española en Cádiz, que se encontraba bajo asedio francés. 

En ese sentido las cortes generales actuaron de forma contraria a las asambleas de las trece colonias inglesas, pues estas jamás se incorporaron al parlamento británico, actuando siempre de forma autónoma.

Sin embargo, llegado el año 1812, las milicias españolas no se rendían, al punto que Napoleón tuvo que abandonar precipitadamente la península ibérica a mediados de mismo año.

Las secuelas dejadas durante la invasión a Rusia ese mismo año menguaron sus fuerzas de tierra, por lo que tuvo que dejar a su hermano José a su suerte en España.

Finalmente, don Fernando VII tenía el camino libre para regresar a su patria, pero con una diferencia fundamental: ahora España contaba con una constitución.

La Constitución política de la Monarquía Española o «La Pepa».


Bajo las peores circunstancias de la guerra de independencia, los delegados en las Cortes Generales de Cádiz, con los franceses pisándoles los talones y con la ofensiva hispano-británica aún lejos para auxiliarlos, sin mayor influencia política que el extremo sur de España, lograron crear un documento legal único y singular que sentaría un precedente para todo el siglo XIX.

De 182 delegados españoles, había 50 delegados ultramarinos, uno de los cuales era filipino y el resto eran americanos.

En la misma constitución se refleja un estudio profundo sobre las normas plasmadas en cartas y fueros medievales que limitaban la voluntad de los monarcas frente a la nobleza y los plebeyos.

Los súbditos, la nobleza, el clero y el mismo rey pasaban a ser ciudadanos, donde la soberanía nacional quedaba en manos de las cortes, que serían elegidas por voto popular de los varones mayores de 25 años.

En el documento se bosquejaba un sistema de división de poderes que evitaba los excesos de la democracia y procura la estabilidad política. 

Se establecía divisiones del poder un poder judicial autónomo, las Cortes que ejercerían el poder legislativo y el rey el poder ejecutivo. "La Pepa" —apodo otorgado por haber sido aprobada el día de San José— fue una constitución netamente liberal, pues otorgó múltiples libertades a sus ciudadanos como la expresión del pensamiento e imprenta.

Este derecho existió con anterioridad pero que en su momento fue eliminando por la Inquisición, siendo restaurado por la Constitución de 1812.

Uno de los aspectos más importantes del espíritu liberal fue que ambas Españas (la europea y la americana), se eliminaron antiguas instituciones señoriales como el vasallaje[32] así como los repartimientos de indios y mitas en suelo americano.

Con todo y sus bondades, sin embargo, la Constitución fue inoperante luego de la restauración borbónica, puesto que reflejaba las ideas de los odiados españoles "afrancesados"; postura ideológica que solo era cultivada solo por los intelectuales.

También tenían un enemigo acérrimo en el rey don Fernando VII, pues tras años de cautiverio no tenía ninguna intención de adoptar ideas progresistas, sobre todo si restringían el poder absoluto de la Corona.

Por esa razón fueron derogadas al poco tiempo.

Aun con el posible apoyo de las colonias, los vientos de cambio ideológico finalmente alcanzaron las costas atlánticas, donde ya no hubo marcha atrás.

Después de la adopción de las nuevas premisas de cambio, los más elementos más radicales en las colonias, al ver que el rey no estaba dispuesto a ceder un ápice de su poder, se inclinaron finalmente por la independencia.

También existían, no obstante, grupos de tradicionalistas que vieron con alegría la restauración del absolutismo, pero incluso hubo un grupo de moderados que con prudencia esperaron para distinguir el desarrollo de los acontecimientos.

En el Reino de Guatemala, a diferencia de otros reinos, no tuvo una junta provisional a razón del fenómeno de Bayona, dado el espíritu de lealtad realista que hubo entre la élite y población guatemaltense y la actitud conciliadora el presidente de la Real Audiencia don Antonio Gonzales Mollinedo y Saravia.

No hubo conatos de insurrección popular hasta 1811, cuando tomó el mando el nuevo presidente don José de Bustamante y Guerra.

Se le recuerda como un hombre duro e inflexible frente a los americanos, por lo que rápidamente se enemistó con los súbditos tanto de la ciudad capital como de las demás ciudades provinciales.

Las provincias exteriores fueron los primeros escenarios de revueltas antiespañolas, tal como fueran las intentonas de San Salvador —en noviembre—, León y Granada —diciembre hasta abril— en 1812.

A finales de 1813 se desbarató la conjuración de Belén en la Nueva Guatemala. A partir de ese suceso no dejarían de darse nuevas insurrecciones en todo el Reino, sobre todo en San Salvador hasta la derogación de la constitución en 1814.

A razón del involucramiento de algunos miembros de las familias notables en la elaboración de las «Instrucciones para la Constitución» sugeridas por el delegado guatemalteco[33] en las Cortes de Cádiz, éstas recibieron la peor parte de las represalias del presidente Bustamante y Guerra.

Con la salida de este último en 1818, se dio la amnistía tanto a los notables de la ciudad capital como a los sublevados provinciales, que llevaban varios años tras las reglas.

Con el nuevo presidente Carlos Urrutia y Montoya, así como la reinstauración de la Constitución en 1820, se restituyen las libertades económicas y sociales previamente derogadas; dando como resultado un repunte de vida política a través de los nuevos medios de comunicación tales como el Editor Constitucional y el Amigo de la Patria.

Estos órganos de difusión eran representantes respectivos de los grupos ideológicos perfilados a partir de entonces: el partido constitucionalista o liberal (de los estratos medios ilustrados) y el partido tradicionalista o monárquico (de los estratos altos y comerciantes españoles).


Croquis representativo de la división territorial de la Intendencia de Guatemala y sus diputaciones provinciales (Guatemala y Nicaragua) mientras estuvo vigente la Constitución de Cádiz hasta la emancipación política de Centroamérica.

Referencias



  • Gage, T. (1702). A Survey of Spanish-West-Indies Being A Journal of Three thousand and Three hundred Miles on the Continen of America: Giving An Account of the Spanish Navigation thither; Government, Castles, Ports, Commodities, Religion, Priests and Friers, Negro´s, &ª. (T. Horne, Ed.) London: South Entrance of the Royal Exchange.
  • Luján Muñoz, J. (1998). Breve historia contemporánea de Guatemala (3ª. Edición ed.). cd.de Guatª, Guatemala, C.A: Fondo de Cultura Económico.
  • Sabino, C. (2010). El amanecer de la libertad. La independencia de América latina. Madrid, Comunidad de Madrid, España: Unión Editorial & Universidad Francisco Marroquín.
  • de Fuentes y Guzmán, F. A. (1882). Historia de Guatemala ó Recordación Florida Escrita el siglo XVII. (Vols. I, II & III (Biblioteca de los Americanistas)). (L. Navarro, Ed.) Calle da la Colegiata, 6. Madrid. España: Imprenta Central.

Notas a pie de página.




[1] Misma que pasó a ser plenamente española en los siglos sucesivos.
[2] Convertidos estos en británicos a partir de 1707.
[3] La consecuencia de este incentivo incrementó la expectativa de adquirir propiedades para explotación privada de otros colonos; que tras un siglo ensayando con prueba y error, desarrollaron normativas comunitarias de índole autonómica. Véase Sabino (2013), pp. 31-43.
[4] Nombre por el que pasaron a denominarse las primeras generaciones de criollos o españoles americanos.
[5] Más adelante se explica este término.
[6] Se estima que las fechas para este período oscilan entre 1492, desde la llegada de los castellanos a las islas Bahamas hasta 1543 cuando se impusieron las llamadas Leyes Nuevas.
[7] Los casos paradigmáticos de la Nueva España y el Perú (tanto el Alto como el Bajo) representan el foco de atracción ideal para la inmigración desde la metrópoli peninsular y demás reinos españoles hacia las Indias Occidentales.
[8] Estas medidas, tomadas de forma parcial a lo largo de varias décadas, respondieron al fracaso militar que buscó evitar la independencia neerlandesa entre 1568 y 1648; así como la desastrosa experiencia de la «Armada Invencible» frente a las costas inglesas (1585-1604) con el fin de preservar su hegemonía política y territorial en la Europa Occidental.
[9] Este fue el término legal empleado para describir a las colonias españolas durante varios siglos. Hasta 1810, hubo once reinos españoles en el continente americano.
[10] Por razones de tiempo y contenido, no se estudiarán las demás provincias —luego intendencias—del Reino homónimo tales como Ciudad Real de Chiapas, Santa María de Comayagua, Santiago de los Caballeros de León, así como la gobernación de la Costa-rica y la alcaldía mayor de San Salvador. 
[11] Es decir, poco más de veinte años después del fin de la conquista en las tierras altas centrales.
[12] Por esa razón, mucha de la estirpe familiar de estos personajes —a la vuelta de más de ciento sesenta años posteriores a la fundación del reino— «[…]está la descendencia de ilustre sangre, aunque en familias muy apagadas por la injuria de la pobreza [,] desdeñada de la fortuna en el manejo de bienes temporales […] y si le haya será con mucha mezcla […] de oscuro linaje [viviendo] en el retiro de las montañas y pinares de los valles...». Véase, de Fuentes y Guzmán (1882), tomo I, pp. 95-106.
[13] Lo que hoy conforma la región occidental de Panamá, fronteriza con Costa Rica.
[14] Llamado en los primeros tiempos coloniales como «casa consistorial». En los últimos años del régimen se le conoció mejor por el nombre de Ayuntamiento.
[15] También llamado Esquintepeque.
[16] En especial con los enemigos de España, los piratas.
[17] Como se le conoció a la actual Honduras.
[18] Como lo demuestran los casos de Tomas de Silíezar, Antonio Justiniano. (Véase en Gage. (1702), pág. 281), y Juan Fermín de Aycinena (Véase en Brown F. (2008), ¶ 1-3, Recuperado de http://www.afehc-historia-centroamericana.org/?action=fi_aff&id=1819 el 7 de enero de 2016 y (Arzú I., Ordoñez J., & Prado C. (2010), pp. 417-421))
[19] Ibidem.
[20] De acuerdo a las impresiones plasmadas por Thomas Gage, Miguel García-Granados y Manuel Cobos Batres la mezcla interracial más común en Guatemala era entre españoles con negros y mulatos, no tanto con indios y mestizos; sobre todo en el área rural.
[21] (Arzú I., Ordoñez J., & Prado C., 2010)
[22] Cabe mencionar que estos trámites administrativos con la Corona fueron gestionados por descendientes de la antigua nobleza precolombina quienes pasaron a convertirse en los «señores principales». Por sus calidades, en algunos casos, hubo principales indígenas con mayores prerrogativas titulares que los mismos criollos. 
[23] Como el relato de un hacendado anónimo de origen «moro negro» quien, en su estancia de Agua Caliente, recibía a los viajeros que remontaban el camino hacia el Golfo Dulce. De acuerdo al autor, era un hombre muy «rico en vacas, ovejas y cabras, cuya hacienda proveia(sic) a Santiago de Guatemala del mejor queso de la región». Véase en Gage, (1702), pp. 281-292.
[24] En algunos textos se le define como Iluminismo.
[25] Este traslado de sede colonial también supuso una carga impositiva para las demás provincias que tuvieron también que contribuir económicamente con dichos esfuerzos.
[26] Principalmente en las provincias de Comayagua, Nicaragua y la gobernación de Costa Rica.
[27] En este contexto, eran los distritos eclesiásticos especiales, que eran administrados por dichas congregaciones.
[28] En especial el caso peruano.
[29] Desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVIII el monopolio comercial de entrada a España estaba controlado por el puerto de Cádiz. 
[30] Este fue el apelativo de los antiguos pardos o «gente de castas»
[31] Incluyendo también a las Islas Filipinas.
[32] Remanente medieval de la servidumbre practicada en la península ibérica en el medievo.
[33] El canónigo Antonio de Larrazábal y Arrivillaga. 

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