La rebelión de «la Montaña».
Panorámica de la Nueva Guatemala de la Asunción hacia 1830, desde la colina de Buenavista en la entrada por el Sur. A la izquierda se aprecia el camino real de la Libertad, renombrado desde 1929 como Avenida de Simón Bolívar.
En 1835, en pleno
periodo de gobierno del Dr. Gálvez, estalló una revuelta campesina en el
Cercano Oriente guatemalteco.
Por aquellos años, la zona montañosa que abarca desde la serranía de Canales, situada al Oriente de la
ciudad capital de Guatemala hasta llegar a la región de Sonsonate se le conocía como Mita[1] o «La Montaña».
Originalmente esta región era parte del antiguo corregimiento de Chiquimula de la Sierra[2]; pero con el tiempo su parte más
occidental quedó en jurisdicción del departamento de Guatemala.
El descontento general frente a las reformas liberales impuestas desde «la Corte»
—especialmente las concernientes al terreno
jurídico, religioso y fiscal—, enajenaron
profundos rencores contra el gobierno galvista.
Dicho sea de paso, la gota que derramó el vaso resulto ser
el pánico causado por el fallido intento
de vacunación contra la epidemia de cholera morbus.
A raíz de los métodos
de prevención sanitaria de la época, así como la rampante ignorancia popular en asuntos ajenos al medio cultural; la campaña preventiva se
consideró de carácter nocivo desde
el particular punto de vista de los curas
rurales[3].
En el pueblo de Mataquesquintla
tanto los minifundistas[4]
como el cura parroquial convencieron
al joven comerciante José Rafael Carrera
Turcios —oriundo de la ciudad capital y yerno de un importante terrateniente
local— para encabezar la facción rebelde
que opondría resistencia contra las medidas decretadas por el gobierno estatal guatemalteco.
Grabado que ilustra al líder de la rebelión de la Montaña, José Rafael Carrera Turcios (1814-1865) hacia 1842. Junto con Arce, Morazán y otros Carrera perfiló el arquetipo de caudillo hispanoamericano a mediados del siglo XIX. Imagen encontrada en Arzú Irigoyen, Ordoñez Jonama & Prado Cobos. (2010), Escritos Politicos de Manuel Cobos Batres. Editorial Artemis Edinter, Guatemala, Guatemala, C.A.: pág. 314.
Grabado que ilustra al líder de la rebelión de la Montaña, José Rafael Carrera Turcios (1814-1865) hacia 1842. Junto con Arce, Morazán y otros Carrera perfiló el arquetipo de caudillo hispanoamericano a mediados del siglo XIX. Imagen encontrada en Arzú Irigoyen, Ordoñez Jonama & Prado Cobos. (2010), Escritos Politicos de Manuel Cobos Batres. Editorial Artemis Edinter, Guatemala, Guatemala, C.A.: pág. 314.
Las aspiraciones de estos grupos de ganaderos y
agricultores eran claras: revertir las
reformas liberales y revertir el
ordenamiento general a las normas tradicionales que conocían; es decir al antiguo régimen hispánico.[5]
Esta resolución no tiene nada de sorprendente sí se reflexiona
en los siglos de prueba y error, así
como el relativo orden y seguridad que
el sistema indiano prodigó a las
poblaciones de la antigua gobernación de
Guatemala durante generaciones.
Esta realidad finalmente cobró notoriedad una vez quedaron
impuestas las medidas más radicales del
código de Livingston, como el sistema de jurados en las audiencias y los
jueces ambulantes.
Sin bien, la lectura de la iniciativa demuestra las buenas y elevadas intenciones de sus
promotores, chocaba con la cruda
realidad de atraso cultural en el país.
A todas luces, dicha iniciativa de ley se empeñaba en
desarrollar todo un complejo experimento
de ingeniería social, tal y como lo demuestra la documentación como los testimonios
registrados; como que los ciudadanos
analfabetos participaran como miembros deliberantes en los juicios penales.
Por antipatía de estas medidas, a partir de entonces y hasta
finales de 1838, Carrera encabezó una guerra
de guerrillas con sus huestes montadas
contra los cuerpos de caballería y
milicianos del Estado de Guatemala en gran parte del Oriente guatemalteco.
Difusión de la epidemia del cholera morbus y el alzamiento de la facción de «cachurecos» (1836-1838).
Con el tiempo, el teatro de operaciones se extendió
incluso a regiones tan alejadas como las
Verapaces y diversas comarcas al
este y sur de la ciudad de Guatemala.
También entabló encuentros contra las tropas federales en sus múltiples
incursiones en territorio salvadoreño.
Después de diversos pactos efectuados con la facción liberal antigalvista, las
fuerzas carreristas finalmente se apoderan de la capital a principios de febrero de 1838 —poco después de la renuncia de jefe
de Estado Gálvez— la autoridad liberal galvista se vino abajo.
Carrera, con tan solo veinticinco años, es designado por la nueva administración del
Estado como comandante militar del
distrito de Mita, el mismo lugar de origen de la revuelta.
Nuevamente la Nueva Guatemala sufrió algún grado de violencia en contra de galvistas y extranjeros
por parte de las milicias victoriosas[6],
no llego a los excesos incurridos por los morazanistas nueve años antes.
Ante la anarquía que reinaba en el Estado de Guatemala,
el presidente de la República Gral.
Francisco Morazán finalmente se puso en marcha para aplastar a los «cachurecos[7] de la Montaña»;
reanudando el conflicto de los carreristas contra el orden establecido, solo
que ahora frente al gobierno federal a principios de 1839.
Cabe mencionar que desde 1830, la capital federal
estaba en la ciudad de San Salvador.
Croquis donde se ilustra el territorio que abarcaba el distrito federal de la República Federal de Centro-América. El traslado formal de la capital centroamericana se completó a partir de 1830.
Entre los campos, las aldeas y demás poblaciones
mayores del Oriente guatemalteco se cometieron toda clase de atrocidades contra la población civil.
Sin importar sexo,
edad, postura política o condición social, los civiles no-beligerantes fueron
quienes llevaron la peor parte de la
anarquía desatada por los combates las tropas
federales como de los facciosos de
Mita.
Por la conducta desenfrenada de sus milicias cachurecas,
el nombre de Carrera cultivó la reputación generalizada de ser un salvaje y sanguinario caudillo montañés por el resto de su vida[8].
No obstante, sus constantes derrotas militares frente
el ejército federal, conforme pasaba
el tiempo Carrera —a pesar de sus orígenes humildes—, adquirió la suficiente experiencia militar y carisma
e influencia entre las elites gobernantes y los pueblos para enfrentar los
retos que sobrevendrían posteriormente.
Con los años, la inestabilidad
del gobierno estatal de Guatemala, así como la inoperancia del pacto federal; condujo a los respectivos líderes de
los Estados de Honduras y Nicaragua a pronunciarse contra el gobierno federal en San Salvador[9].
Con un nuevo intento por restituir las reformas
liberales de parte de sus adversarios políticos, Carrera vuelve a ocupar la
ciudad capital, rehabilitado en el
puesto al antiguo Jefe de Estado, el político moderado Mariano Rivera Paz.
El Estado de Los Altos.
Aspecto que alguna vez tuvo la plaza central de la villa de Quezaltenango en 1821. Como todas las ciudades hispánicas, contó con cajones del mercado, la pila pública, el palacio del Corregidor, el portal de comercio y la casa consistorial del Ayuntamiento o Cabildo local. Al fondo se aprecia el iglesia parroquial del Espíritu Santo, hoy convertida en catedral de la arquidiósesis de Los Altos.
Desde el siglo XVII, las élites del antiguo corregimiento de Quezaltenango situados
en el flanco occidental del centro de poder tradicional, el Valle de Guatemala[10].
A pesar de sus ventajas geográficas y la relativa
prosperidad que le ofrecía su masa demográfica; las aspiraciones de autonomía
económica y política fueron denegadas por los gobiernos de «la Corte», independientemente de la corriente ideológica imperante.
Gran parte de la élite comercial quezalteca descendía
de refugiados llegados de Santiago de Guatemala
tras el terremoto de 1776.
Junto a sus familias, trasladaron a la ciudad altense
sus haberes, caudales y el prestigio social y político del que
gozaban; con lo que la categoría de la vetusta población, fundada en 1524,
aumentó considerablemente.
En su momento, los grupos de poder quezaltecos se inclinaron
como fervientes partidarios de la
anexión a México; en su afán de separarse de la hegemonía de la ciudad capital.
Sin embargo, tras la caída de Iturbide en 1822, el
ayuntamiento de la ciudad de Quezaltenango dio paso a la gestión de un nuevo estado separado de Guatemala; durante la Asamblea
Nacional Constituyente y las primeras sesiones del Congreso Federal, entre 1823 y 1825.
A pesar de los esfuerzos y simpatías políticas, las
negociaciones no prosperaron principalmente por la enérgica oposición de Mariano Gálvez. Como jefe de Estado no podía
darse el lujo de perder el Occidente, el territorio
más rico y poblado de Guatemala.
Cuando llegaron noticias del caos en que se sumió Guatemala
a consecuencia de la revuelta de los
cachurecos de Mita, los personajes quezaltecos más prominentes de la época —coaligados
en el concejo municipal— aprovecharon
rápidamente la ocasión para acordar la
segregación formala de Guatemala a principios de 1838.
Las desavenencias contraídas con el gobierno del Estado
radicalizaron a los quezaltecos, al punto que prestaron todo el apoyo de la
corporación edil al principal rival político dentro de Mariano Gálvez: José Francisco Barrundia y Cepeda.
Este prócer de la independencia y furibundo periodista
ejerció como jefe de Estado de Guatemala en los albores de guerra civil en
1827. También fue redactor e impulsor
de las reformas más radicales que
contenían el discutido código de
Livingston, mismas que en su aplicación provocaron a la rebelión de la Montaña.
A principios de junio de 1838 —por instancias de la
Asamblea Estatal guatemalteca y en
contra del veto del Jefe de Estado—, el Congreso federal en San Salvador
ratificó la separación de Estado de Los
Altos como unidad independiente
de Guatemala.
Desde aquí se le conoció como el sexto Estado de la República Federal de Centro-América.
Croquis del área aproximada a la que aspiraba el sexto Estado de la federación centroamericana entre 1838-1842. La ilustración abarca los ocho departamentos actuales del Occidente guatemalteco (mas algunos municipios de Escuintla) mas el extremo oriental de el Estado mexicano de Chiapas.
Croquis del área aproximada a la que aspiraba el sexto Estado de la federación centroamericana entre 1838-1842. La ilustración abarca los ocho departamentos actuales del Occidente guatemalteco (mas algunos municipios de Escuintla) mas el extremo oriental de el Estado mexicano de Chiapas.
Este fue uno de los últimos actos del pacto federal, ya
en la misma época se decretó que cada
Estado se organizara de la manera más pertinente a sus intereses.
En diciembre de 1838 se organizó en la ciudad de Totonicapán la Asamblea Constituyente de Los Altos,
presidida por el prócer nicaragüense Miguel
Jerónimo de Larreynaga y Silva[11].
Durante los actos tomó posesión como primer presidente
el ciudadano José Marcelo Molina y Mata,
quien contaba con el apoyo del vencedor
de la batalla de Omoa[12] en 1832, el general chiapaneco Agustín Guzmán López.
La sola existencia del sexto Estado federal se
convirtió en el talón de Aquiles para el nuevo
gobierno conservador en la ciudad de Guatemala debido a varias razones de
peso.
Al perder prácticamente la región económicamente más prospera y prometedora, el gobierno de
Guatemala resintió el hecho que Los Altos se convirtiera en un santuario para exiliados liberales (junto
con el distrito federal en El Salvador).
En consecuencia, el gobierno de nuevo jefe de Estado, Rivera
Paz y el nuevo comandante de armas de Mita, Rafael Carrera Turcios, fueron el blanco de ataques mediáticos tanto desde
Quezaltenango como de San Salvador.
Los levantamientos de poblaciones indígenas en la
región de Ixtahuacán[13]
fueron duramente reprimidos por las tropas altenses entre 1838 y 1840.
El apoyo tácito por parte de los altenses hacia Morazán
en su obstinada defensa al difunto pacto
federal como Jefe del Estado de El Salvador y el aumento de tarifas de alcabala[14]
a los productos guatemaltecos tuvo efectos contraproducentes.
Los incidentes antes mencionados dieron el pretexto político
que el caudillo de la Montaña —con el visto bueno de los moderados y
conservadores— para invadir principios
de 1840 el Estado de Los Altos y reincorporarlo al Estado de Guatemala.
Con una campaña súbita y bien planificada, el ejército guatemalteco capturó la ciudad de
Quezaltenango en menos de un mes, con lo que terminó el primer intento de separación de Occidente
guatemalteco frente al poder central de «la Corte».
Durante la campaña contra el Estado Altense, el ejército morazanista a su vez invadió
Guatemala desde el Oriente; pero antes de capturar por segunda ocasión la
ciudad capital fue derrotado por Carrera
en abril de 1840.
Con este episodio, se cierra el primer (1823-1825) y
segundo (1831-1839) periodos de reformas liberales en Guatemala.
Con Rafael Carrera como figura caudillista en alianza
con la coalición de moderados y conservadores en el poder, el ordenamiento jurídico liberal fue desmontados
en su mayor parte entre 1839 y 1842.
La presencia británica en Guatemala.
Con la abdicación de los monarcas Borbones ante las presiones
de emperador de los franceses en 1808, las colonias quedaron desvinculadas casi
por completo de la metrópolis peninsular.
A raíz de este bloqueo económico al territorio
controlado por Francia, el principal
destino de bienes y productos indianos fue dirigido a las colonias británicas en el Caribe y a los
Estados Unidos.
En su defecto, los comerciantes
ingleses y americanos suplieron
grandemente la oferta de manufacturas y cabotaje
españoles hacia Guatemala, cuya vía de comunicación al exterior era
conocida como el «camino al Mar del
Norte[15]».
Hoy en día,
se le conoce como la ruta al Atlántico. Para
el caso particular de la provincia de Guatemala[16], el principal
enclave comercial de los británicos en la Verapaz fue la colonia de «Belize».
La línea costera del Atlantico cobró, a mediados del
siglo XVII, una importancia especial para la salida de la producción añilera y
cacaotera, situada la línea costera del
Mar del Sur[17]
hacia sus mercados en el Viejo Mundo.
Estas materias
primas —o commodities— se intercambiaban
por los productos textiles del Reino
Unido, ofrecidos a muy bajo precio y
relativa calidad.
Como era de esperarse, el volumen de oferta comercial británica puso en serios problemas
tanto a la producción de obrajes urbanos
como a los talleres artesanales en
los pueblos.
La razón de fondo era que, tras siglos de mercantilismo impuesto a los reinos indianos, la baja productividad de incipiente industria
regional no pudo competir con las
importaciones; puesto que no podía
satisfacer a plenitud la demanda local.
Por consiguiente, el producto local, posiblemente de mejor
calidad, llego a ser más caro que el
foráneo.
El tiempo y las
circunstancias internas[18]
acabaron con los poderosos gremios de la capital del Reino de Guatemala.
La existencia de Belice se remota a la concesión hecha
por España a Gran Bretaña en remoto e
inaccesible Norte verapacense en 1783.
La naturaleza del permiso tenía como su único objetivo la explotación de maderas preciosas.
Sin embargo, la escasa
densidad demográfica en la colonia a principios del siglo XIX (menos de
4,000 personas) se triplicó en menos de
treinta años; cuando llegó a casi 10,000 personas, en su mayoría inmigrantes jamaiquinos —entre
esclavos y libertos—.
En contraste, la casi nula existencia de poblaciones hispanoparlantes en la costa
del Caribe, propició la usurpación
de los límites originales con el río Belice después de 1821.
Dos años después, al declararse la abolición de la esclavitud en todo el territorio
centroamericano, se dieron algunos roces diplomáticos entre ambas naciones;
pues los esclavos del territorio
británico escapaban de las plantaciones y campamentos madereros; penetraron tanto en El Petén como en el
margen sur del rio Belice, dentro del territorio atlántico de la Verapaz.
Según la legislación centroamericana, cualquier esclavo que llegara a territorio
federal, automáticamente adquiría su plena libertad.
Por eso muchos amos, al no encontrar eco en sus
reclamos ante las autoridades federales, en
la práctica se hicieron justicia propia al adentrarse en territorio
guatemalteco, para así perseguir a sus esclavos.
Al no existir presencia
militar ni ciudades importantes en todo el Norte guatemalteco[19], se
facilitó la penetración británica hasta la orilla septentrional del rio Sarstún.
Mapa topográfico que expone las concesiones de la Corona española a la británica, estipuladas en los tratados de Versalles de 1783 y 1786. Con el tiempo, la lejanía y falta de poblaciones hispanoparlantes; el resto de la costa verapacense sin concesionar (el territorio que hoy reclama Guatemala) fue usurpada desde antes de la independencia centroamericana.
Síntesis de la situación hacendística (finanzas públicas, y desarrollo económico) en Guatemala.
Desde
la puesta en práctica de las reformas borbónicas en sus territorios americanos,
la fuente principal de ingresos para la Corona fueron las alcabalas[20] y los estancos[21].
Sin
embargo, el bajo movimiento comercial
en el istmo centroamericano durante los últimos años del periodo colonial
impidió que la recaudación tuviera alguna significación.
El
problema fiscal se agudizó durante la vigencia del pacto federal, puesto que solamente los Estados de Guatemala y El
Salvador hicieron los aportes
monetarios para el sostenimiento de
la burocracia y el ejército federal;
siendo insignificantes los aportes hechos por los demás Estados de la República.
A
causa de este déficit fiscal para
sostener el aparato de gobierno, las autoridades se vieron forzadas a
solicitar en 1827 un empréstito de más 7,000,000
pesos a la casa financiera Barclay,
Bevan, Bening & Tritton, cuya casa matriz estaba en Londres.
Con
este préstamo bancario inició la llamada «deuda
inglesa».
No obstante,
la política económica el gobierno federal fue en extremo liberal.
Al
abolir de un tajo todos los impuestos a
la importación, la balanza comercial
de la República cayó en una peligrosa
asimétrica en términos de ingresos respecto a egresos fiscales, con lo que
las funciones básicas del Estado pendieron de un hilo.
La inestabilidad política, la inseguridad y falta de certeza jurídica en
la tenencia de propiedad (sin importar si era privada o colectiva) ahuyentaron los incentivos que pudieran
garantizar la inversión de capital interno
o externo.
La irrisoria competitividad de la producción
centroamericana fue un fenómeno propio de la poca o nula capitalización
y tecnificación en los rubros antes
mencionados.
En
términos contables, los elevados costos
directos e indirectos para invertir en una región tan volátil no generaron las condiciones mínimas para la creación de riqueza general.
Por
otra parte, la amplia disponibilidad de
productos británicos frente a la
pobre productividad local complicó
todavía más el panorama por lo que con el tiempo terminó por acabar con la
producción gremial, principalmente en las
ciudades. [22]
La desocupación y empobrecimiento de las poblaciones urbanas se sumó la agitación política que, finalmente,
desembocó en las guerras civiles en
gran parte del istmo.
La conflictividad regional obligó a los
gobiernos estatales a reencausar sus
exiguos ingresos para fines bélicos, como ya se apuntó anteriormente.
Grabado donde se aprecia el entorno feraz y accidentado al que se enfrentaron los primeros viajeros extranjeros en territorio centroamericano. Imagen encontrada en de Lamartine, Monsieur. Voyages Autour du Monde. Naufrages Célebres. Voyages dans les Ameriques. (1844). p. 349
Balance general del periodo federal
Dejando
de lado las acusaciones mutuas que autores afines al liberalismo y al
conservadurismo hicieron a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, justificando
la actuación de sus correligionarios durante el proceso de conformación federal
en Centroamérica, han de tenerse algunas consideraciones teniendo en cuenta la
lejanía del tiempo y el fin de las pasiones partidarias.
Los
estudios historiográficos más contemporáneos han encontrado múltiples causas
que explican, en gran parte, el fracaso de nuestros ancestros en llevar a cabo
con éxito el proyecto federal para la América central.
Algunas
de estas razones se refieren a la complejidad
e inoperancia de la constitución federal de 1824; la escasez del recurso humano profesional[23] para ejercer el poder y la cortedad
de medios económicos para echar a andar el aparato federal, no así el de
los estados integrantes de la unión.
Otros
factores importantes giraron alrededor de la polarización ideológica en torno al papel de la iglesia católica dentro de la política y sociedad y la aparente
ambición personalista de los
caudillos.
La movilización de las masas campesinas contra las ciudades y la intransigencia de los políticos más exaltados
frente al poder federal.
Todo
lo anterior corresponde a los argumentos dados por los conservadores.
Los
liberales por su parte contraargumentaban la virulenta oposición a todo cambio estructural sobre el «cómo» dirigir los destinos de la federación, en especial
la proveniente del clero que, desde la perspectiva liberal, manipulaba a las masas para así lograr
sus fines.
La
aparente traición de Manuel José Arce
al colocar conservadores en su gabinete y la enorme influencia política y
económica de la legación británica en
asuntos de Estado fueron, en apariencia, otro de los motivos para oponerse
junto con otros sectores conservadores para mantener la unión centroamericana.
Frente
a estos juicios quizás justificados, algunos autores contemporáneos han
filtrado la información existente, ofreciendo otra visión de las
circunstancias.
Entre
los factores de importancia destacan la escasa
población en todo el territorio; el pésimo
estado de las vías de comunicación intrarregional; la deficiente estructura del sistema administrativo; las rivalidades políticas y económica entre regiones; la existencia de ejércitos en cada estado;
el rencor de las elites provinciales
hacia «las familias de sangre en la
Corte»; la violenta separación
—en su momento— entre la Iglesia y el
Estado así como la depresión
económica arrastrada desde finales del siglo XVIII, ya en el período
tardocolonial.
Respecto
a la forma en cómo debía funcionar el nuevo régimen, la práctica se sobrepuso a la teoría.
La
Asamblea federal —por la inexperiencia
técnica y la polarización ideológica—
fue prácticamente inoperante.
En cambio,
el organismo ejecutivo —aun con las disposiciones
legales que debilitaban su papel institucional— se mantuvo de manera casi permanentemente.
Dada
esta continuidad y la urgente necesidad
en la toma de decisiones de carácter político, de cara al vacío que ofrecía
el cuerpo legislativo, puso a los Jefes de Estado y al Presidente de la
Federación en la situación de atribuirse
poderes que constitucionalmente no les
correspondían.
Por
esas calamidades antes descritas, el
auge del caudillismo quedó manifiesto desde los albores de la época republicana.
Frente
a esta suerte de autoritarismo emergente,
los opositores políticos de las figuras gobernantes actuaron fuera de los lineamientos normativos previamente consensuados,
pues traspasaron la línea de la
oposición legitima a la acción
armada.
Este
escenario de luchas internas se dio cada rincón[24] de Centroamérica, donde los estamentos urbanos medios y altos —herederos de la Ilustración a
principios de siglo XIX— jugaron un papel preponderante en estas perturbaciones.
El resto de la población —artesana y
campesina— generalmente no intervino directamente en las decisiones políticas,
con la sola excepción de los líderes y
subalternos de las facciones armadas
provenientes del área rural.
Entre
1823 y 1825 el fenómeno de la concentración
del poder local en las elites provinciales,
fortaleció el regionalismo que
finalmente decantó en la creación de las
cinco repúblicas centroamericanas entre 1838 y 1841.
Referencias
Lainfiesta, Francisco. Mis memorias. Cd. de Guatª., Guatemala:
Académia de Geografía e Historia de Guatemala, 1986.
Luján
Muñoz, Jorge. Breve historia contemporánea de Guatemala. 3ª. Edición.
cd.de Guatª: Fondo de Cultura Económico, 1998.
Samayoa,
José Eulalio. Notas, recuerdos y memorias. 1ª. Ed. Editado por Jorge
Luján Muñoz. Vol. Pub. Especial n°. 46. Cd. de Guatemala, Guatª.: Académia de
Geografía e Historia de Guatemala, 2010.
Woodward
Jr., Ralph Lee. Rafael Carrera y la creación de la República de Guatemala,
1821-1871. 2ª. Ed. Traducido por Jorge Skinner-Klee. Cd. de Guatemala,
Guatemala: Biblioteca Básica de Historia de Guatemala. Serviprensa
Centroamericana, 2011.
[1]
Históricamente esta comarca fue conocida, en tiempos hispánicos, como el
corregimiento de Guazacapán; que con el tiempo llego a formarse un distrito con
los actuales departamentos de Jalapa, Jutiapa y Santa Rosa.
[2]
Amplia región organizada como Corregimiento a mediados del siglo XVI y
convertida en distrito —o departamento— durante la reorganización
político-administrativa posterior a la separación de México en 1824. Comprendía
los actuales departamentos de Chiquimula, Zacapa, Izabal, gran parte de Jalapa
y El Progreso, algunas áreas de Santa Rosa, Jutiapa, Alta Verapaz, el Petén e
incluso parte de los departamentos hondureños de Copán, Santa Bárbara y Cortés.
[3]
Vale la pena mencionar que no era primera vez que se aplicaban vacunas en
Guatemala. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, los primeros casos
epidemiológicos en ser tratados por vacunas fueron efectuados por miembros del
clero secular. Sin embargo, la mayor parte de intelectualidad eclesiástica que
quedaba en Guatemala desapareció con la revolución de 1829.
[4] Los minifundistas siempre han sido los propietarios de pequeñas
parcelas o fincas que, por la extensión de sus fincas, encajan en el modelo de
económica de subsistencia.
[5] Es prudente constatar que esta “reversión” responde más bien a la
retórica de la intelectualidad opuesta al conservadurismo (liberales,
positivistas y luego marxistas). Con excepción de las prerrogativas al clero y
parcialmente la cuestión indígena, en ningún momento durante el período
conservador hubo un ordenamiento estrictamente “colonial”. Las instituciones
surgidas tardíamente en el periodo indiano como el Ejército, el Consulado y la
Sociedad Económica tenían orígenes más bien iluministas.
[6] Hay referencias que atrás de las huestes guerrilleras, las familias de
los soldados los acompañaban para cargar con el botín de guerra. No obstante,
la estricta organización jerárquica desarrollada por Carrera evitó mayores
excesos ocurridos en el pasado.
[7]
Aunque en la actualidad este adjetivo defina a la persona que demuestre una
aparente devoción hacia todos los usos y costumbres del catolicismo; existe la
explicación que los habitantes de las regiones ganaderas cuyas armas de fuego
eran generalmente pistolas de chispa o mosquetes antiguos, se valían de cuernos
de toro o «cachos» para almacenar tanto la pólvora como las balas de perdigón.
[8]
Este fenómeno es típico de las luchas en
la primera mitad del siglo XIX a lo largo de toda América latina, por lo que no
es exclusivo de Guatemala.
[9]
Desde 1834 funcionaba en dicha ciudad el gobierno federal que, con las
vicisitudes posteriores al rompimiento del federalismo, la mayor parte de
archivos (principalmente de la Real Audiencia de Guatemala) se perdieron en el
fragor de las luchas civiles.
[10] Véase resumen de la primera sesión, pág. 5.
[11] Durante todo el siglo XIX, el ejercicio público de
funcionarios no-originarios de los Estados fue muy común, dado que la afinidad
política trascendía por mucho —y a diferencias de lo que hoy sucede—la
importancia del lugar de nacimiento.
[12] Uno de los tantos encuentros bélicos entre las
fuerzas federales contra la facción conservadora que intentó asaltar esta
fortificación en la costa atlántica de Honduras, proveniente de Cuba, vía
Belice.
[13] En la parte noroccidental del entonces departamento de Totonicapán, en
lo que hoy es el departamento de Huehuetenango.
[14] La alcabala fue un
tributo o impuesto sobre las ventas efectuadas de un producto. Normalmente se
cobraba en garitas aledañas a las vías de comunicación en las entradas de las
poblaciones principales.
[15] El circuito vial a lo largo del antiguo camino real del Golfo Dulce, los puertos a lo largo
del río Motagua, Santo Tomas de Castilla y Bodegas, en pleno “golfo Dulce”
—ahora conocido como lago de Izabal— hasta alcanzar el territorio de Belice.
[16] Durante la vigencia de la Constitución de Cádiz
(1812-14 y 1820-1821), la provincia de Guatemala comprendía las actuales repúblicas de Guatemala, El Salvador, Honduras y buena parte de los estados de
Chiapas, Tabasco y Campeche.
[17] A lo largo de la costa del océano Pacífico existían varias alcaldías y
corregimientos guatemalenses (desde Soconusco hasta Guazacapan) así como la
intendencia de San Salvador.
[18] Como el trastorno económico ocasionado por el
traslado de la capital hacia el valle de la Ermita.
[19] Con excepción de la villa de Nuestra
Señora de Los Remedios y el castillo de San Pablo del Itzá, que en la
actualidad forman ciudad de Flores y San Benito en el departamento del Petén.
[20]
Estos eran impuestos aduanares que pagaban los comerciantes al ingresar
productos del exterior, tanto en las aduanas de los puertos como en las garitas
de las ciudades.
[21] Tipos de compañías reales —o empresas de la Corona—
que acopiaban todo el producto de ciertas actividades consideradas clave como
las carnicerías, las tabacaleras, la fabricación de la pólvora, el papel
sellado, &ª.; para evitar la fluctuación de precios que propicia la
competencia desregulada.
[22] La única región que escapó en gran medida a estas calamidades fue la
lejana Costa Rica, que por lo mismo continuo su desarrollo en forma aislada.
[23] La antigua burocracia colonial salió del país luego de la
independencia.
[24] Cabe
resaltar aun con la desintegración general de la República, los efectos de las
disputas políticas tuvieron efectos asimétricos de una región a otra. Mientras
que el caos y la destrucción asolaban Guatemala y El Salvador (por ejemplo), en
regiones tan remotas como Costa Rica, los cambios se dieron de una forma
totalmente distinta.
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