viernes, 23 de diciembre de 2016

¿Para que «demonios» sirven los militares? … ¡aparte de saber marchar armados!

Publicado originalmente en el diario digital Panam Post, el jueves 22 de diciembre de 2016: https://es.panampost.com/editor/2016/12/22/el-innegable-respaldo-popular-al-ejercito-de-guatemala/

Muchos nos hemos preguntado alguna vez que utilidad pueden tener los ejércitos. En el caso guatemalteco, la institución castrense es incondicionalmente amada u odiada ―en forma desaforada y visceral― pues la percepción de afinidad u hostilidad dependerá de razones estrictamente personales. Particularmente he notado estos extremos entre los estratos sociales más o menos educados. Sin embargo, hay algunos —en especial entre el medio urbano menos instruido— que perciben al uniformado de una forma más neutral; como sí pertenecer a la institución fuera una suerte de castigo para los descarriados que necesitan ser corregidos.

Con todo, el resto de la población —en particular la del medio rural que más sufrió los embates de la fase más compleja del enfrentamiento armado interno ocurrido en Guatemala entre 1977 y 1990[1]— la percepción de las fuerzas armadas no deja de sorprender por su amplio respaldo popular. Este fenómeno no deja de llamar la atención, puesto que desde hace décadas la incansable campaña que busca desacreditar a los militares guatemaltecos no ha dejado de crecer en intensidad y agresividad[2].

A partir de esta entrada, en la que cuento con la asistencia magistral de la Capt. As. Lucila Sierra González[3] (B. A. en Arqueología, USAC) curadora del Servicio de Historia Militar—Museo del Ejercito de Guatemala— quiero centrarme concretamente en lo que han recibido los pueblos de Guatemala; a cambio tener una institución como el Ejército de Guatemala. Por eso en la presente entrada dejaré momentáneamente de lado su mandato histórico y constitucional: proteger y defender a la Nación Guatemalteca de sus potenciales agresores externos y/o internos (Art. 244 y 245 de la Constitución Política de la República de Guatemala).

En síntesis, puede concluirse que el aporte del Ejército guatemalteco a los pueblos que componen nuestra nación puede destacarse en tres elementos de carácter patriótico: la instrucción (transformada en educación formal y técnica), las comunicaciones (convertidas en oportunidad de crecimiento económico) y la asistencia comunitaria (desde el ámbito sanitario hasta la contingencia de desastres). Para el presente artículo ofrezco algunos datos curiosos sobre el apoyo castrense en materia de instrucción y educación durante la época previa a la revolución de 1944.

En distintos grados y magnitudes, dichos componentes han estado relacionados al Ejército guatemalteco desde los albores de la Primera República o período conservador (entre 1847 y 1870). En aquel tiempo, se recompensaba a quienes habían cumplido su servicio militar con un estipendio complementario a su retiro, siempre y cuando al regresar a lugar de origen, proyectara lo aprendido en el cuartel en beneficio de su comunidad.

Sin embargo, esta praxis quedó institucionalizada dentro del ordenamiento jurídico a principios de la Segunda República o tercer régimen liberal (1871-1885), cuando se habilitaron las primeras escuelas de educación primaria dentro de los cuarteles. Ejemplos donde la tropa recibió los rudimentos de la alfabetización se encuentran tanto en la literatura costumbrista (como los trabajos del finado periodista chapín Héctor Gaitán Alfaro[4]) como en los ensayos historiográficos más rigurosos (como el caso de historiador italiano Piero Gleijeses[5]).

A finales del siglo XIX y principios del XX, el déficit de preceptores y pedagogos civiles era tan notorio que —en virtud al espíritu positivista de la época—se aprovechó el personal con formación académica y militar formados en la Escuela Politécnica, nacida en 1873. Algo después, durante la administración del Pdte. Gral. José María Reina Barrios (1892-1898), quedaron incorporados algunos cursos militares como el manejo de fusil, armamento y orden cerrado al pensum de estudios en los institutos nacionales masculinos. De acuerdo a Sonia Alda Mejías (Ph.D. de Historia, Fund. O&G) la educación [en tiempos del liberalismo positivista], era «el bautismo de la civilización” [donde] el ciudadano sería capaz “de comprender sus deberes, […] derechos, […] intereses [y] de conducirse i(sic) vivir bajo el imperio de la libertad» (Alda, 2000, p. 301)[6].

No obstante, ante el aumento demográfico en la primera mitad del siglo XX, la demanda de profesionales en el ramo educativo aumentó, sin que su oferta realmente llenara este requerimiento. La escasez de personal magisterial calificado, así como su eficiencia puso en aprietos a los gobiernos en tiempos de nuestros ancestros más cercanos. Por esa razón, el Estado tuvo que seguir apoyándose en los militares para administrar y enseñar dentro de los planteles de educación pública. Por eso, la Secretaría de Estado en el Despacho de Educación Pública —apoyándose en el despacho de la Guerra— tuvo para nombrar oficiales graduados de Escuela como directores académicos y administrativos, así como personal docente. En este sentido los motivos concretos para obrar de esta forma se debieron a dos razones, una de carácter institucional y otra de carácter civilista.  

La primera fue que, durante la década de los veintes y los treintas muchos elementos del gremio magisterial —los mismos maestros— se quejaban que el comportamiento de los alumnos; tanto normalistas como de los institutos nacionales, rayaba en la anarquía; por cuanto las solicitudes habrán sido rápidamente atendidas. En el segundo caso, de acuerdo al testimonio de un testigo de la época, hubo jóvenes que —a título personal—solicitaron la militarización de los institutos públicos a principios de la época del Pdte. Gral. Jorge Ubico Castañeda (1931-1944). Este dato fue proporcionado por el venerable Tnte. y Dr. don Jorge Martínez del Rosal Alburéz[7], nacido en 1924 (CC. 831 y Ph.D. en MVZ, UNAM).

Cuando mi señora abuela, Profª. Marta Camey Herrera de López[8] (n. 1922- m. 2015) y graduada en 1941 (Mtrª. de Ed. Prim. – Instituto Nacional Central para Señoritas de Belén) compartió con este servidor sus recuerdos de juventud hace algunos años; corroboró que el modelo de la educación militarizada era sumamente estricto, pero altamente eficaz (Dardón, 2014, pp. 61-78). Fue ella quien contó que ―en tiempos del Gral. Ubico―, se incorporó la calistenia como parte del pensum de estudios en el «colegio de Belén». Esta disciplina, precedente inmediato de los cursos de educación física, tenía sus orígenes en la formación física militar. Para aclarar dudas sobre sus lealtades personales, mi finada antepasada siempre se consideró como una maestra «revolucionaria del 44»[9].

Siguiendo con las impresiones de la Capt. Sierra González, cuando se inició el proceso de militarización en las escuelas normales, institutos públicos civiles e incluso colegios privados —v. gr. el Instituto «Modelo»—; fue uno de los centros educativos que solicitó a la Secretaria de Estado en el despacho de la Guerra (precedente del actual Ministerio de la Defensa Nacional) la adopción del régimen de militarización por aquel entonces. Para efectos prácticos, se nombraba a un instructor militar que impartiera la catedra asignada dentro del plantel. Generalmente el oficial nombrado como instructor se mantenía de alta en el cuartel más cercano al centro educativo, por lo recibía entonces su sueldo ordinario del Ejército. En estas circunstancias el oficial se vería en la necesidad de compartir su tiempo de servicio militar con la función civil.

Un ejemplo, particularmente conspicuo, fue el caso del Gral. de Div. Jose María Orellana Pinto (luego Pdte. de la República, 1922-1926), cuando ocupó el puesto de director del Instituto Nacional Central de Varones entre 1902 y 1904 teniendo también la responsabilidad de la Jefatura del Estado Mayor Presidencial[10] (Rodríguez Beteta, 1980, p. 57; Mérida González, 2003, p. 34). Sí concentramos la atención en cómo se conducían nuestros padres, abuelos y bisabuelos (para quienes tuvimos la dicha de conocerlos) durante nuestros años de crianza; caemos fácilmente en la cuenta que la disciplina, orden y civismo fueron el «pan nuestro de cada día» de nuestros ancestros más inmediatos.

Aunque haya quienes se empeñen en hacer «las de los tres monos» (¡que de sabios no tiene nada!), rezongando su extremada frustración y obtusa antipatía frente a los uniformados, cabe preguntarse: Sí la educación militarizada solo enseñaba a marchar con fusil y crear autómatas, ¿cómo fue que después de la caída del régimen liberal, no se buscó extirpar el «militarismo autoritario» a favor del «civilismo democrático»? como ocurrió, aparentemente, en el caso costarricense. ¿Por qué entonces una institución «tan mal vista» (según sus detractores) no solo permaneció en el tiempo y el espacio, sino que profundizó su campo de acción directa sobre la población civil, particularmente la rural?

En la siguiente entrada, se ofrecerán algunas consideraciones sobre la continuidad del Ejercito en su labor de proyección y permanencia dentro del imaginario popular de los años posteriores a las transformaciones políticas y sociales de mediados del siglo XX.


Fotografía compartida el día 16 de diciembre de 2016 en el perfil 
oficial del Ejercito de Guatemala en Facebook (Ejército GT Oficial). 
En la misma puede apreciarse el desfile de damas y caballeros 
cadetes recién graduados de la Escuela Politécnica (Universidad Militar 
de Guatemala), cuyo campus se localiza en la aldea Comunidad de 
Ruíz, municipio de San Juan Sacatepéquez del departamento de Guatemala. 



[1] Véase en Lujan Muñoz, J. (1996) Guatemala. Breve historia contemporánea. Fondo de Cultura Económica, Guatemala, C.A.; Sabino, C. (2008) Guatemala. La historia silenciada. Tomo II. El domino que no cayó. Fondo de Cultura Económica.: Guatemala, C.A.; Mérida, M. (2010) La historia negada. Compendio acerca del conflicto armado interno en Guatemala, s/n.: Guatemala, C.A.; Ventura Avendaño, V. M. (2012) La Estrategia Fallida. El Ocaso de “guerra popular prolongada” (Guatemala, 1979-2000), Centro Editorial Vile.: Guatemala, C.A.; Platero Trabanino, O. G. (2013) ¡Las batallas por Guatemala!: crónica investigativa sobre hechos importantes antes, durante y después del enfrentamiento armado interno. Editorial O. de León Palacios.: Guatemala, C.A.; AVEMILGUA (2012) Guatemala bajo asedio. Lo que nunca se ha contado. s.n.: Guatemala, C.A.
[2] Para tener una panorámica clara del fenómeno mediático véase los artículos sobre Guatemala de Anton Toursinov (https://es.panampost.com/; http://diariodigital.gt/author/anton-toursinov/ ; https://cees.org.gt/author/Anton/ ; http://www.republicagt.com/author/anton-tousinov/; http://chh.ufm.edu/blogchh/author/antonufm/); Carlos Sabino (https://es.panampost.com/) Steve Hecht y David Landau (https://es.panampost.com/author/steve-hecht/)
[3] Entrevistada el lunes 5 de diciembre del presente año, con autorización del alto mando del Estado Mayor de la Defensa Nacional.
[4] Las referencias a estos hechos están diseminadas en la colección de libros de «La calle donde tú vives», publicados entre 1971 y 2007. (N. del A.)
[5] Véase a Gleijeses, P. (1991) Shattered hope: The Guatemalan Revolution and the United States, 1944-1954. Princeton University Press, Princeton, NJ, U.S.A.
[6] Véase en Alda Mejias, S. (2000) «El debate entre liberales y conservadores en Centroamérica. Distintos medios para un objetivo común, la construcción de una república de ciudadanos (1821-1900).», Espacio, Tiempo y Forma. Serie V. Hª. Contemporánea, t. 13, págs. 271-311.
[7] Entrevistado en el 19 de noviembre de 2015.
[8] Entrevistada entre el 19 de octubre de 2012 y el 1 de noviembre de 2014.
[9] Véase en Dardón López, J. R. (2014) Memorias de una maestra betlemita (1926-1963). (Tesis M.A.). Universidad Francisco Marroquín, Guatemala, C.A. Recuperado de http://www.tesis.ufm.edu.gt/pdf/521050.pdf el 23 de diciembre de 2016).
[10] Véase en Rodríguez Beteta, V. (1980). No es guerra de hermanos sino de bananos; como evité la guerra en Centroamérica en 1928. Biblioteca de Cultura Popular "20 de octubre", n°. 53. Guatemala: Editorial «José de Pineda Ibarra.»; Mérida González, A. K. (2003). «El periodismo escrito en la Ciudad de Guatemala durante los años 1900-1925.» Guatemala: Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala. Recuperado de Wikipedia (versión en lengua castellana https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Orellana#CITAREFM.C3.A9rida_Gonz.C3.A1lez2003 el 23 de diciembre de 2016). 

martes, 6 de diciembre de 2016

La fijación de las izquierdas con el Ejército de Guatemala.

Publicado originalmente en el diario digital Panam Post, el miércoles 30 de noviembre de 2016: https://es.panampost.com/editor/2016/11/30/fijacion-izquierdas-guatemala/

Así como en otros países de la América latina, en Guatemala existe un fenómeno mediático que, por momentos, sube y baja de intensidad. Dicho fenómeno —que no es otro más la cacería de brujas contra miembros y aliados de las instituciones armadas en nuestros países—responde generalmente a circunstancias de coyuntura política en el exterior, que bien aprovechadas por los enemigos de la institucionalidad, suelen dejar réditos políticos y económicos muy sustanciosos.

Pero regresando al hecho concreto, la demonización de las Fuerzas Armadas guatemaltecas empezó en 1977 cuando el paradigma de los derechos humanos cobró fuerza como nuevo derrotero en la política exterior de los EE.UU. durante la llamada «Era Carter»[1]. Desde el principio, estas acciones sirvieron de apoyo a los distintos grupos subversivos —como las FAR, el EGP, la ORPA y el PGT(PC)-DN[2]— en su búsqueda por el poder político a través del terrorismo contra el Estado y sus habitantes. Esta oleada aprovechó magistralmente el vacío comunicacional que las mismas autoridades gubernativas indujeron desde el ámbito diplomático de aquel tiempo.

Sin embargo, por los excelentes resultados de la estrategia diseñada para la contraofensiva militar entre 1982 y 1990[3]; los líderes de la subversión armada se apoyaron en sus aliados externos, por lo que se empeñaron a buscar desesperadamente una salida política del conflicto en esos años[4]. De manera simultánea con la apertura al proceso democrático de 1986, la inexperiencia de la nueva clase política, así como el oportunismo personalista en algunos de sus actores aprovechó las debilidades presentes en la naciente institucionalidad. para así seguir consolidando el Estado patrimonial. Al mismo tiempo que alentó a la izquierda no-armada a buscar espacios protagónicos[5].

Las negociaciones que buscaban el cese al fuego quedaron divididas por el “Serranazo[6]” en dos fases totalmente distintas. Es con esto que la firma de los acuerdos y los efectos posteriores de la denominada «paz firme y duradera»; sugieren la continuidad del principio militar de la «guerra revolucionaria[7]» en su modalidad de guerra psicológica[8]. Cabe señalar que el principal motor de la misma, irónicamente, ha sido y continúa siendo la ayuda económica internacional[9].

La inconsistencia, improvisación y pragmatismo de quienes gobernaron en los años de la primera parte del proceso de paz facilitó la propagación sistémica de las organizaciones no gubernamentales que pronto se adjudicaron atribuciones tradicionalmente exclusivas del Estado. La desarticulación de instituciones como la Policía Nacional, la Guardia de Hacienda y así como la reducción drástica y apresurada del Ejército y sus cuadros auxiliares, en casi un 70% de su capacidad máxima[10].  

Con el paulatino deterioro de la institucionalidad del Estado en sus tres poderes principales, la penetración en miríada de cuadros intelectuales de las izquierdas posrevolucionarias se convirtió en un hecho, al parecer irreversible. Este cambio, de quienes crean opinión pública, ha venido acuerpándose con los años en las diversas denominaciones políticas e ideológicas como los progresistas, ecológicas, indigenistas, feministas, teóricos de género, &ª.

La presión internacional por cumplir acuerdos en forma apresurada sin medir consecuencias de carácter interno —a mediano y largo plazo[11]— carcomió sutil pero inexorablemente las habilidades y experiencias adquiridas por las instituciones estatales, establecidas desde mediados de la década de los años cincuenta. El inicio de la descomposición del Estado guatemalteco, el «enemigo a vencer» por las guerrillas, se convirtió en un hecho consumado[12].

La única de todas las instituciones estatales que logró evitar su eliminación sistemática fue el Ejército Nacional. Con la depuración de las tropas, especialistas y gran parte de la oficialidad, así como el cierre de las zonas militares en los departamentos más afectados por el enfrentamiento armado interno, la presencia del Estado quedo sujeta a nuevas pero endebles instituciones, como la Policía Nacional Civil[13]. En su lugar, las ONG´s, el ala radical de la Iglesia católica y el narcotráfico pasaron a convertirse en caudillos y autoridades de facto en regiones fronterizas.

Hoy en día, la militancia ideológica de las izquierdas acapara casi por completo a la prensa escrita, las redes sociales y los canales de televisión por cable en casi toda Guatemala. Han cerrado desde hace años filas frente a quienes manifiesten enfoques divergentes mediante campañas donde en algunos casos se ataca el prestigio y la honra de muchos voceros con enfoques de derechas —sea liberal o conservador— con solo demostrar empatía hacia la institución armada.

La difusión y fomento de las actividades a favor de los pueblos que componen esta República, de labores genuinamente positivas emanadas de la iniciativa del Ejército Nacional prácticamente se limitan a la difusión en redes sociales, dado que la institución carece de un sistema de información nacional como en otra época lo constituyó el canal de televisión y emisora de radio nacional, &a.



NOTAS A PIE DE PÁGINA:

[1] Véase en Sabino, Carlos. (2008) Guatemala. La historia silenciada. El domino que no cayó. Editorial del Fondo de Cultura Económica, Guatemala, pp. 242-248.
[2] Se trataba de las Fuerzas Armadas Rebeldes, Ejército Guatemalteco de los Pobres, la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas y el Partido Guatemalteco del Trabajo (Partido Comunista) - Dirección Nacional. Véase Sabino, (2008: 15-17).
[3] Véase en amplitud a Ventura Arellano, Víctor. (2012) La estrategia fallida. El ocaso de “una guerra popular prolongada”. (Guatemala, 1979-2000). Centro Editorial Vile. Guatemala.
[4] Una excelente fuente documental, por su carácter de referencia directa, fue publicada en Bolaños de Zarco, Teresa. (1996) Crónica del proceso de paz guatemalteco. La culebra en la corbata. Editorial Diana. México, D.F.
[5] Existen varias referencias de estos hechos narradas por Bolaños de Zarco (1996) en varios de sus capítulos.  También Sabino (2008: pp. 343-346); Ventura Arellano (2012: 198-199) así como en las publicaciones de la desaparecida revista Crónica (1987-1998). Recuperado el 28 de noviembre de 2016, de http://cronica.ufm.edu/index.php/P%C3%A1gina_principal
[6] Así se le conoce al intento de «autogolpe» de Estado por el entonces Pdte. Ing. Jorge Antonio Serrano Elías y algunos miembros de la bancada oficialista del MAS en el Congreso de la República.
[7] También denominada «de guerrillas» o «enfrentamiento de baja intensidad». Véase a Vázquez, Olmedo. (2016) Guerras de cuarta generación. Una aproximación a las guerras del siglo XXI. Editorial Episteme, Miami, pp. 75-77
[8] Idem, p. 86-91.
[9] Tanto Anton Toursinov (recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.republicagt.com/sin-categoria/el-terrorismo-a-18-anos-de-la-firma-de-los-acuerdos-de-paz/) como diversos reportajes de investigación publicados en el diario RepublicaGT sobre la conflictividad en Guatemala dan prueba de lo que aquí se expone.
[10] Como fue el caso de las Patrullas de Autodefensa Civil, la Policía Militar Ambulante y los comisionados militares. Véase Ventura Arellano (2012: 204-213).
[11] Véase la referencia de Ventura Arellano en la nota al pie n°. 4 de este mismo artículo.
[12] Aunque esta interpretación y criterio son personales, baso mis criterios en los artículos versados en derecho constitucional del Lic. Carlos Molina Mencos publicados los días 29 de octubre (Recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=856) y 12 de noviembre de 2016 (Recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=856) en la revista digital «Plaza de opinión —Opinión π».
[13] Véase la nota a pie n° 9. 

martes, 13 de septiembre de 2016

El caso del maestro y el jocote...(cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

Según se cuenta, las costumbres arraigadas con el paso el tiempo se vuelven luego difíciles de corregir. El asunto que se vuelve obvio al hojear los diarios de circulación actual, donde las noticias sobre las actividades de ciertas agrupaciones quienes desde su particular punto de vista intentan hacer cambios en favor de sus respectivas corporaciones; sobre todo cuando se escucha hablar del magisterio nacional, el pensamiento genera la ya icónica imagen de miles de personas protestando por algún motivo en las calles.

Sin embargo, la realidad es más compleja de lo que parece, puesto que como colectivo funciona de manera semiautónoma, donde la metástasis burocrática y el vampirismo sindical acapararon su fuerza vital casi desde su concepción a mediados de la década del cuarenta. Por contraste, mientras muchos maestros se esfuerzan en cumplir con su deber, realizando verdaderos milagros del ingenio con tal de llevar a cabo su loable labor de educadores; dedicados a formar a los más jóvenes de Guatemala que están al margen de extraño mundo de la política, se han convertido en piezas de ajedrez para diversos grupos de presión.

Estos últimos siempre han tenido objetivos estratégicos muy claros: manipulan el doble discurso ofreciendo el paraíso laboral a las bases con tal de lograr su movilización; y a la vez, acordar arreglos «bajo de la mesa» entre la camarilla principal y las autoridades, quienes de forma clientelar benefician a los allegados a la cúpula sindical, dejando muchas veces de lado al grueso del gremio. Con este prendimiento por demás usual, queda expuesta entonces la incapacidad del sindicato para depurarse a sí mismo. Un tristemente célebre orador alemán del siglo pasado, acuñó una interesante falacia que explica el fenómeno: «una mentira repetida mil veces se transforma en verdad».

Este panorama se ha mantenido por años, pues al tratar de realizar las reformas necesarias que permitan mejorar la calidad de la carrera magisterial, en especial si emanan del Ministerio de Educación, por lo general se ven truncadas. El afán de mantener inalterado el status quo de la nomenklatura se manifiesta en forma trágica ante la cortedad de luces, o quizás falta de voluntad y de coraje dentro del círculo de poder que gravita alrededor del controvertido caudillo sindical Joviel Acevedo. Este personaje, por demás polémico― ha sabido navegar en las aguas de la política desligándose casi por completo de su pasado dentro del movimiento subversivo, para enquistarse de raíz en su papel como cacique todopoderoso del gremio nacional de maestros.     
  
Hay que recordar que Acevedo ha venido siendo señalado, desde hace años, por su abuso de autoridad, oportunismo y ser opuesto a todo dialogo con quienes no estén de acuerdo con la posición que dice defender. Al sembrar discordia dentro del magisterio, muchos miembros de la institución lo señalan por la forma discrecional de manejar la agenda nacional del gremio. Se sabe con sobradas pruebas que Acevedo dejo de lado sus funciones y obligaciones como maestro titular de la Escuela Nacional Rural Mixta «20 de Octubre» hace mucho tiempo. Sin embargo, cobra religiosamente su sueldo sin llegar a impartir clases, llevando una vida holgada en su residencia de Morales, departamento de Izabal. Esta visión contrasta con la realidad de miles de maestros, quienes, con los recursos disponibles, mantienen su labor tanto del área rural como urbana.   

El descalabro moral de la institución ha degenerado en quienes buscan sus beneficios de grupo, olvidando aparentemente la razón por la que en su momento escogieron dicho oficio: la vocación de guiar y formar a las nuevas generaciones en su primera etapa de desarrollo intelectual, asistiéndolos en el proceso de aprender a pensar y reflexionar. El resultado de tal decadencia es uno: cientos de niños y jóvenes que, irónicamente han sido víctimas del abuso físico y psicológico ―de acuerdo a numerosos testimonios y casos documentados― por parte de sus maestros, ya sea titulares o de plaza, quienes en muchos casos su capacidad esta carente de valores y principios ciudadanos.

Esta postura tan deplorable ha despertado el interés de conocer la causa por la cual hubo quienes ―a diferencia de los perfiles antes descritos del "maestro" contemporáneo― pertenecen a una, dos o quizás tres generaciones atrás del mismo gremio. Un aspecto de profundo contraste lo constituyó el nivel más alto de preparación a nivel básico, diversificado e incluso universitario dentro de la preparación humanística, cívica, técnica y moral en la educación pública. Esta interrogante quedo resuelta gracias a la asombrosa memoria de un testigo clave de una época, que la historiografía guatemalteca describe como los últimos años del período liberal (1931-1944).

Entrando en materia, paso a presentar a la hoy desaparecida pero siempre querida y recordada Marta Camey Herrera de López (1922-2015), maestra de educación primaria, quien recibió el número de egresada n°. 3399 tras concluir sus estudios en la Escuela Normal Central para Señoritas de Belén a principios de los años cuarenta. Martita (como le decíamos de cariño) fue mi abuela materna. En su momento, tuve el gusto de entrevistarla hace algunos años, cuando la charla se convirtió ―de primera instancia― en este ensayo; de donde partieron sus experiencias vividas durante su juventud.

Entre otras anécdotas rememoró que, a menos de un mes de culminar sus estudios, el mismo presidente Gral. Jorge Ubico la recibió junto con su entrañable amiga María Amalia Irías. Por aquel entonces buscaban la forma en que se les otorgara dos plazas para maestras a mediados del mes de marzo de 1941 siendo muy jóvenes. Los recuerdos que Martita nos facilitó para realizar estas líneas, llaman mucho la atención, pues nos describe sus impresiones personales de espíritu normalista de aquel entonces, así como las reiteradas menciones de quienes compartieron sus años de estudio en el «Colegio de Belén».

Según nos contó, ella ingresó a la edad de siete años de edad a 2°. grado elemental allá por el año de 1929. Vale la pena recordar que este fue el último año completo de la gestión del Gral. Lázaro Chacón González como Presidente de la República. Por aquel entonces la futura abuela ya sabía leer y escribir, lo que sin duda alguna le facilitaría la tarea en adelantar con las lecciones del día. Acorde a las normas de la época, la enseñanza se impartía en dos horarios, matutino y vespertino, lo que en sí demostraba el grado de disciplina y empeño que se propinaba a la enseñanza. Marta recuerda que la aplicación para adelantar en las habilidades educativas propiciaba la existencia de prerrogativas; una de las cuales, que buscaba el fomento de la disciplina académica, era el incentivo de recibir como premio el libro de texto asignado al curso respectivo a quien lograra terminar antes que las demás alumnas. 

Por aquellos tiempos, la educación pública era un privilegio, donde incluso los libros de texto eran propiedad del establecimiento en función. Un acontecimiento de tal naturaleza se festejaba de la siguiente manera: cuando el infante (fuera niño o niña) era premiado, la sirvienta de la casa que por norma general era la encargada de llevar y recoger al párvulo en la escuela debía participar en tan noble acto de reconocimiento llevando un lienzo o cojín para recibir el regalo. El libro iba rodeado de flores, para que los transeúntes supieran que la alumna (en este caso) lo había concluido, por lo que se ponía en evidencia la seriedad de asunto. con el recorrido a lo largo de las calles junto a la alumna destacada. Cabe recordar que en aquel entonces, Guatemala era una ciudad más pequeña, por lo que los vecinos no les resultaría desconocida la criatura para así felicitarla en el acto.  

Otra anécdota de la época era que, por regla general, los alumnos de las escuelas e institutos públicos debían ser enviados periódicamente a un chequeo anual en las instalaciones de la Dirección de Sanidad Pública donde se les practicaba un examen físico completo, dentro de los cuales, entre otros exámenes, se aplicaban las vacunas contra enfermedades como fiebre tifoidea, varicela, sarampión, &a. En las revisiones se veían aparatos especiales de aquel entonces, que median fuerza con la que contaban las niñas, incluso dentro de las asignaturas referentes a la higiene, se les instruía al buen uso del cepillo y la pasta dentífrica. Cabe resaltar que muchas de ellas, venían de hogares donde estas costumbres no existían.

Las clínicas estaban al inicio de la Avenida Reforma, pero para llegar hasta el lugar, se enfilaba hacia la 11ª. Avenida sur, y 18ª. Calle hacia el poniente para luego llegar a la plazuela «11 de marzo» donde estuvo el «Monumento a la Fama» ó El Ángeldonde hoy existe una rotonda sobre la 7ª. Avenida prolongación y  por ultimo atravesar el Cantón Exposición hoy zona 4 llevando finalmente al grupo de estudiantes en filas de dos en dos, con la supervisora encargada de la seguridad hasta el lugar antes mencionado.

Otro recuerdo de importancia fue los cambios ocurridos durante los primeros días del régimen ubiquista, pues nos habla del reemplazado del personal administrativo dentro del plantel. Mientras Dñª. Martita cursaba su tercer año de enseñanza elemental, el General Ubico ordena sustituir a la directora de aquel entonces, la Señorita Cándida Franco (cierta norma de la época prohibía a quienes ejercieran el magisterio nacional, contraer matrimonio o ser casados pues con esto se dedicarían de lleno a su labor) por quienes fueron sus institutrices particulares, las recordadas hermanas Ana y Victoria Espinosa, (conocidas como Dñª. AnitaDñª. Toya), personajes de la élite social guatemalteca, quienes eran muy respetadas por los círculos influyentes, puesto que contaban con una preparación profesional tan estricta, que rayaba en lo militar, según palabras de Dñª. Marta. Su presencia en el colegio incorporó la disciplina castrense que el régimen imprimía sobre las demás instituciones públicas.

El corte marcial de la enseñanza se reflejaba a primera vista, según se nos narra, ya que factores de formación prácticamente extinguidos como lo era la urbanidad, la etiqueta y el código de vestuario, se les daba muchísima importancia, tal es el caso del diseño del uniforme, que se mantuvo desde el ingreso en la primaria hasta salir con título en mano; falda negra con pliegues hasta la rodilla, blusa blanca con cuello almidonado, corbata roja carmín (fuera de cuero o de tela), medias beige por debajo de la rodilla, y zapatos negros de botón y trabilla. El cabello de las alumnas no debía pasar de las orejas, sopena de sufrir un corte improvisado. Cualquier alumna que se desfasara un ápice de dicho código (sea por zapatos de cintas o que llevaran aretes colgantes) se les impedía el ingreso. El primer timbrazo del día escolar indicaba la “revista” del código de vestuario e higiene personal, siendo revisadas una por una, de pies a cabeza en su arreglo general (zapatos lustrados, ropa planchada y limpia, uñas bien arregladas, &ª.)

El Colegio contaba con instalaciones de primera categoría, pues los salones de cátedra eran amplios, con buena disposición para recibir luz y ventilación (el diseño general del conjunto se ha visto poco alterado desde la época colonial), contando con pupitres de madera fina hechos de Europa, de 60 x 100 cm aproximadamente. Estos que tenían una bandeja inferior donde se colocaban los textos y el material didáctico (los cuadernos fabricaban las mismas alumnas), en la esquina superior derecha había un tintero con una ranura donde poder colocar las plumas (no se contaba con lápices ni bolígrafos) donde dicho recipiente se mantenía lleno de tinta para evitar las manchas y la pérdida de tiempo, por eso tenían tapaderas incorporada. También se contaba con un gran salón de actos, con un escenario y área de camerinos para realizar actividades lúdicas durante los días asignados.

El comedor era amplísimo y se mantenía nítido, tenía forma rectangular con varias mesas con butacas para diez alumnas en cada mes, cinco por lado, dejando los extremos libre, donde se dejaba la jarra de refresco para que quien estuviera sentada en el extremo les sirviera a las compañeras de su lado. En cada puesto, cada alumna contaba con una gaveta donde cada lunes se encontraba la servilleta de uso personal limpia y almidonada, la misma se usaba durante la semana; también contaban con vajilla de porcelana china, con el juego de accesorios acordes con las normas de etiqueta.

El almuerzo se daba en abundancia y era muy sano, pues consistía en sopa caldosa, ensalada, arroz o pasta y una carne en salsa color negro con un sabor y sazón que jamás ha vuelto a probar en su vida. No se permitía hablar mientras durar el periodo de almuerzo, por lo que, para entretención general, había un radiorreceptor antiguo, marca «RCA Víctor», con el que se escuchaba solo música clásica, a un volumen adecuado, pues la Sritª. Anita les recomendaba escuchar la música sin que fuera un estruendo pues así se podría apreciar mejor.

Había un aspecto que no le gustaba de la disciplina y era que a las niñas pequeñas se les forzaba a ingerir aceite de hígado de bacalao, por su sabor poco grato al gusto. De pequeña, Doña Marta siempre intentaba escaparse de la cucharada reglamentaria, pero al llevar registro diario de quienes habían recibido el suplemento (por parte de la encargada de la cocina, a quien llama Dñª. Rome) se veía obligada a soportar un suplicio gustativo. Para contrarrestar el rancio del producto se empleaba sal y limón en algunos casos.

El sistema de admisión consistía en alumnas externas (que pagaban sus cuotas mensuales), cuarto-internas (la joven Martita, por ser becada tenía derecho a almorzar) y las internas que eran las niñas venidas del interior de la república, lo cual daba a lugar a actitudes negativas pero que eran la norma en aquel entonces, como marcada discriminación hacia las alumnas llegadas de la provincia, sobre todo de quienes venían de los pueblos (aunque fueran ladinas, pues no se admitían indígenas), quienes por las diferencias culturales respecto a las jovencitas capitalinas, debían adaptarse al contexto urbano, con normas propias dentro del lugar donde residieran mientras se educaran, pues así, teóricamente, podrían irradiar la cultura hacia las áreas rurales de donde procedieran.

Según estimaciones de nuestra interlocutora, el número de alumnas en su época de estudios fue, entre las del colegio y la escuela de aplicación (así denominada el área de primeras letras o enseñanza elemental) pasarían de mil jovencitas tanto internas como externas. Las becadas rebasaban más de la mitad de las inscritas, siendo mayoría precisamente quienes llegaban del interior del país, en el caso de la joven Marta, por la situación económica de su hogar, se le concedió beca completa. Aunque se pudiera estudiar bachillerato en ciencias y letras, lo usual era que las egresadas del Colegio Belén fuesen maestras de primeras letras ó de enseñanza elemental.

Entre los maestros y catedráticos con quienes Doña Marta se formó, solo había profesionales universitarios, médicos, ingenieros, abogados, todas personas muy preparadas para los cursos impartidos en el colegio, pues debían estar alineados con la rigurosidad ubiquista. Con notables excepciones, el trato entre alumnas y catedráticos era de «Señor Tal» y «Señorita Tal». Los catedráticos de gran recordación por su modo afable y respetuoso, son bien recordados por la jóvenes betlemitas de la época de Ubico, desfilan como personajes desconocidos para muchos en la actualidad, pero con interés historiográfico es importante mencionarlos, ya que la mayoría eran personalidades reconocidas dentro de sus círculos académicos y profesionales, llegando algunos a fungir como funcionarios públicos en los gobiernos posteriores a la revolución del 20 de octubre de 1944, desempeñaron papeles protagonicos el quehacer nacional.

       Tal es el caso, por ejemplo, de Sr. Manuel Francisco Galich López, en aquel entonces, dramaturgo y locutor de radio de la radio oficial TGW, quien posteriormente seria conocido como «El Verbo de la Revolución» (después abogado, escritor y político comunista). Este personaje impartió las cátedras de Etimología Castellana (2º. Normal) y Literatura Guatemalteca (4º. Normal). Otro catedrático prominente en Belén era el Sr. Eduardo Martínez Balsells, quien en 2º. Normal, impartía la cátedra de Álgebra Fundamental y Aplicada, pues en su calidad de ingeniero civil, también era catedrático de la Facultad de Ingeniería en la Universidad Nacional de Guatemala (USAC a partir de 1945).

Otro catedrático, con quien ha tenido más contacto hasta su muerte fue con el Sr. Oscar Barrios Castillo, abogado y notario, quien en varias ocasiones impartió diversos cursos de Geografía e Historia Americana (en 2º. Normal) y durante la educación vocacional Construcción Cívica. Posteriormente se desempeñó como catedrático en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, redactor del anteproyecto del Código de Trabajo durante el gobierno del Dr. Juan José Arévalo y como Presidente de la Corte Suprema de Justicia en el periodo 1994-1995, después del «Serranazo». El Sr. Carlos Umaña Cerna, médico y cirujano, les dio la cátedra de Aritmética Demostrada en 2º. Normal, quien posteriormente impartió los cursos de Geometría y Trigonometría, en 3º. Normal, pero 4º. Normal cuando nos daba Contabilidad, se retira de colegio. Posteriormente como profesional de medicina con gran éxito.

También se contaba con un laboratorio para las clases de química, cuyo diseño, según se entiende era el de un anfiteatro, donde situado al centro se encontraba el catedrático con la mesa del equipo instrumental, y las alumnas en el área del hemiciclo con escritorios de paleta para tomar notas. Era tan grande que las tres secciones que componían cada grado, podían recibir la clase juntas, pasando cada alumna según lo requería el maestro. Este salón era para las jóvenes de nivel avanzado. Era maestro el Sr. Salvador Vides, Licenciado en Farmacia, quien impartió la cátedra de Química Fundamental y Aplicada, excelente catedrático, que a su vez trabajó en la Escuela Politécnica. A razón de tratar solo no hombres, tenía un modo muy riguroso, lo hizo impopular entre las alumnas, puesto que no era comedido, y según se cuenta, era pedante y burlón, rayando en lo ofensivo.

El Sr. José Luis Arriola, doctor en humanidades, educado en Francia, no impartió cursos académicos, pero asesoró a la joven Marta en su tesis magisterial, que llevaba por título «El Dibujo como Parte Esencial en la Formación Intelectual de la Personal», misma que refleja el interés y conocimientos pictóricos que desde entonces cultiva nuestra entrevistada. Nombrar a todos los catedráticos, su grado académico y su calidad como educadores dentro de las aulas betlemitas en los años treinta y cuarenta seria redundar sobre el hecho que, con razón premeditada, ciertos intelectuales adversos al régimen de Jorge Ubico (y por ende sus discípulos) sencillamente omiten páginas de la historia, logros alcanzados en el ramo educativo durante ese tiempo. Como sigue narrando, la educación pública estaba restringida a los sectores principalmente urbanos de la población, ya que Institutos Normales solamente había en la ciudad capital, en Antigua Guatemala, en Cobán, Chiquimula y Quetzaltenango, pero quizás la mejor forma de ejemplificar la formación de las futuras maestras de aquel entonces, es necesario hablar de la Señorita Eufemia Cordón (a quien ilustramos al inicio del presente ensayo).

Como la catedrática encargada de asesorarlas durante los cuatro años de formación vocacional, les imparte el curso de Metodología y Planificación Pedagógica, (concretamente, aprender a dar clases). En dicho método se recitaba las maneras de cómo enseñar, haciendo énfasis en la planificación de cada uno de los cursos dados en las escuelas, pues debía tenerse presente el nombre de la materia, los objetivos a buscar en el mismo, la preparación y obtención del material didáctico a utilizar, el tiempo que tomaría desarrollarlo, etcétera, y esto se lograba llevando un registro, con todo y fechas programadas con calendario en mano. Posteriormente con las clases listas, se ponía a prueba al alumnado. Se trataba de los cursos de Idioma Español, Matemáticas, Ciencias Naturales y Geografía e Historia (posteriormente llamada Estudios Sociales).

El grado de importancia que siempre han tenido los maestros en las comunidades, debían hacer honor a su formación como guías estudiantiles; de ahí el motivo de tanta rigurosidad en los planes académicos, las fechas de programación, el uso del material y demás métodos necesarios para cumplir con la agenda del Ministerio de Educación Pública. Las prácticas magisteriales, se llevaban a cabo en las aulas de la Escuela de Aplicación, donde estudiaban las niñas de educación elemental, y para realizar las evaluaciones debían asistir todas las alumnas del grado (eran cuatro secciones de 20 a 30 personas cada una aproximadamente). Con el método antes mencionado, la alumna debía estar preparada para la fecha asignada de su evaluación de práctica, llevando todo lo necesario para tratar el punto durante una hora. 

En medio de todas las jovencitas sentadas en los pupitres (algunas por falta de espacio se quedaban paradas) estaba la Srit. Cordón, tomando nota con su pluma y cuaderno, quien con la ayuda de alumnas quienes cumplían la función de auxiliares, debían observar el entorno en el que se desenvolvía la practicante, anotando también las posibles fallas que pudiera tener la persona al frente (anomalías como olvidar saludar a las alumnas, no llamar a la atención de las jovencitas se distraía, falta de material para ampliar la clase, etcétera). Al tratarse del curso más importante generaba mucha tensión tanto en las alumnas como la catedrática y claro está en la practicante, pues el aprobar dicha práctica le acreditaba la suficiente competencia profesional para dar clases en cualquier centro educativo.

El colegio tenía tanta reputación que incluso recibió la visita de personalidades tan emblemáticas de la política centroamericana durante la época como Don Anastasio Somoza García, presidente de Nicaragua, junto a su esposa, Doña Salvadora Debayle. Quienes estudiaron en esos años en el Colegio de Belén, durante el régimen ubiquista se sienten orgullosas de la educación que recibieron, pues consideran que, para ser un instituto público, tenía las comodidades de un colegio de lujo, seguras de que jamás hubo ni habrá educación semejante en Guatemala.

Por último, es importante compartir una frase muy significativa en esos años, cuando la joven Marta la escucho en algún momento álgido de las practicas, donde la Srita. Cordón perdió la paciencia por algún error de las alumnas al frente, y emitió una sentencia lapidaria que rezaba más o menos de la siguiente forma: ¡El día que, en Guatemala, las maestras salgan como canastos de jocotes, ese día ¡no sabrán nada!

A lo que nuestra querida Marta Camey de López concluye diciendo con notoria tristeza:  Y ese es este día ella [la Sritª. Eufemia Cordón] lo predijo, pues ahora salen por montones, sin preocuparse por los niños, solo esperando su día de pago.

Referencias:
  1. Entrevista a la Sra. Marta Camey Herrera de López (1922-2015), maestra de educación primaria, los días 9 y 16 de octubre de 2012
  2. Lesly Valdés & Carlos Ajanel, “El profe ausente de las aulas, tiene 21 años participando en el movimiento”, artículo de la sección “Bajo la Lupa”, del diario Siglo XXI, circa 2008.
  3. Mirja Valdés de Arias, “El Militante Natural”, artículo de la sección “Actualidad”: Sección Dominical del diario El Periódico, 29 de octubre de 2012.



Martita Camey Herrera (QEPD), en sus mocedades (c. 1940)