Según se cuenta,
las costumbres arraigadas con el paso el tiempo se vuelven luego difíciles de
corregir. El asunto que se vuelve obvio al hojear los diarios de circulación
actual, donde las noticias sobre las actividades de ciertas agrupaciones
quienes desde su particular punto de vista intentan hacer cambios en favor de
sus respectivas corporaciones; sobre todo cuando se escucha hablar del
magisterio nacional, el pensamiento genera la ya icónica imagen de miles de
personas protestando por algún motivo en las calles.
Sin embargo, la
realidad es más compleja de lo que parece, puesto que como colectivo funciona
de manera semiautónoma, donde la metástasis burocrática y el vampirismo
sindical acapararon su fuerza vital casi desde su concepción a mediados de la década
del cuarenta. Por contraste, mientras muchos maestros se esfuerzan en cumplir
con su deber, realizando verdaderos milagros del ingenio con tal de llevar a
cabo su loable labor de educadores; dedicados a formar a los más jóvenes de
Guatemala que están al margen de extraño mundo de la política, se han
convertido en piezas de ajedrez para diversos grupos de presión.
Estos últimos
siempre han tenido objetivos estratégicos muy claros: manipulan el doble
discurso ofreciendo el paraíso laboral a las bases con tal de lograr su
movilización; y a la vez, acordar arreglos «bajo de la mesa» entre la camarilla
principal y las autoridades, quienes de forma clientelar benefician a los
allegados a la cúpula sindical, dejando muchas veces de lado al grueso del
gremio. Con este prendimiento por demás usual, queda expuesta entonces la
incapacidad del sindicato para depurarse a sí mismo. Un tristemente célebre
orador alemán del siglo pasado, acuñó una interesante falacia que explica el
fenómeno: «una mentira repetida mil veces se transforma en verdad».
Este panorama se
ha mantenido por años, pues al tratar de realizar las reformas necesarias que
permitan mejorar la calidad de la carrera magisterial, en especial si emanan
del Ministerio de Educación, por lo general se ven truncadas. El afán de
mantener inalterado el status quo de
la nomenklatura se manifiesta en
forma trágica ante la cortedad de luces, o quizás falta de voluntad y de coraje
dentro del círculo de poder que gravita alrededor del controvertido caudillo
sindical Joviel Acevedo. Este personaje, por demás polémico― ha sabido navegar
en las aguas de la política desligándose casi por completo de su pasado dentro
del movimiento subversivo, para enquistarse de raíz en su papel como cacique todopoderoso
del gremio nacional de maestros.
Hay que recordar
que Acevedo ha venido siendo señalado, desde hace años, por su abuso de
autoridad, oportunismo y ser opuesto a todo dialogo con quienes no estén de
acuerdo con la posición que dice defender. Al sembrar discordia dentro del magisterio,
muchos miembros de la institución lo señalan por la forma discrecional de
manejar la agenda nacional del gremio. Se sabe con sobradas pruebas que Acevedo
dejo de lado sus funciones y obligaciones como maestro titular de la Escuela
Nacional Rural Mixta «20 de Octubre» hace mucho tiempo. Sin embargo,
cobra religiosamente su sueldo sin llegar a impartir clases, llevando una vida
holgada en su residencia de Morales, departamento de Izabal. Esta visión contrasta
con la realidad de miles de maestros, quienes, con los recursos disponibles,
mantienen su labor tanto del área rural como urbana.
El descalabro
moral de la institución ha degenerado en quienes buscan sus beneficios de
grupo, olvidando aparentemente la razón por la que en su momento escogieron
dicho oficio: la vocación de guiar y formar a las nuevas generaciones en su
primera etapa de desarrollo intelectual, asistiéndolos en el proceso de
aprender a pensar y reflexionar. El resultado de tal decadencia es uno: cientos
de niños y jóvenes que, irónicamente han sido víctimas del abuso físico y psicológico
―de acuerdo a numerosos testimonios y casos documentados― por parte de sus
maestros, ya sea titulares o de plaza, quienes en muchos casos su capacidad
esta carente de valores y principios ciudadanos.
Esta postura tan
deplorable ha despertado el interés de conocer la causa por la cual hubo
quienes ―a diferencia de los perfiles antes descritos del "maestro"
contemporáneo― pertenecen a una, dos o quizás tres generaciones atrás del mismo
gremio. Un aspecto de profundo contraste lo constituyó el nivel más alto de
preparación a nivel básico, diversificado e incluso universitario dentro de la
preparación humanística, cívica, técnica y moral en la educación pública. Esta
interrogante quedo resuelta gracias a la asombrosa memoria de un testigo clave
de una época, que la historiografía guatemalteca describe como los últimos años
del período liberal (1931-1944).
Entrando en
materia, paso a presentar a la hoy desaparecida pero siempre querida y
recordada Marta Camey Herrera de López (1922-2015), maestra de educación
primaria, quien recibió el número de egresada n°. 3399 tras concluir sus
estudios en la Escuela Normal Central para Señoritas de Belén a principios de
los años cuarenta. Martita (como le decíamos de cariño) fue mi abuela materna.
En su momento, tuve el gusto de entrevistarla hace algunos años, cuando la
charla se convirtió ―de primera instancia― en este ensayo; de donde partieron
sus experiencias vividas durante su juventud.
Entre otras
anécdotas rememoró que, a menos de un mes de culminar sus estudios, el mismo
presidente Gral. Jorge Ubico la recibió junto con su entrañable amiga María Amalia Irías.
Por aquel entonces buscaban la forma en que se les otorgara dos plazas para
maestras a mediados del mes de marzo de 1941 siendo muy jóvenes. Los recuerdos
que Martita nos facilitó para realizar estas líneas, llaman mucho la atención,
pues nos describe sus impresiones personales de espíritu normalista de aquel
entonces, así como las reiteradas menciones de quienes compartieron sus años de
estudio en el «Colegio de Belén».
Según nos contó,
ella ingresó a la edad de siete años de edad a 2°. grado elemental allá por el
año de 1929. Vale la pena recordar que este fue el último año completo de la
gestión del Gral. Lázaro Chacón González como Presidente de la República. Por
aquel entonces la futura abuela ya sabía leer y escribir, lo que sin duda
alguna le facilitaría la tarea en adelantar con las lecciones del día. Acorde a
las normas de la época, la enseñanza se impartía en dos horarios, matutino y
vespertino, lo que en sí demostraba el grado de disciplina y empeño que se
propinaba a la enseñanza. Marta recuerda que la aplicación para adelantar en
las habilidades educativas propiciaba la existencia de prerrogativas; una de
las cuales, que buscaba el fomento de la disciplina académica, era el incentivo
de recibir como premio el libro de texto asignado al curso respectivo a quien
lograra terminar antes que las demás alumnas.
Por aquellos
tiempos, la educación pública era un privilegio, donde incluso los libros de
texto eran propiedad del establecimiento en función. Un acontecimiento de tal
naturaleza se festejaba de la siguiente manera: cuando el infante (fuera niño o
niña) era premiado, la sirvienta de la casa que por norma general era la
encargada de llevar y recoger al párvulo en la escuela debía participar en tan
noble acto de reconocimiento llevando un lienzo o cojín para recibir el regalo.
El libro iba rodeado de flores, para que los transeúntes supieran que la alumna
(en este caso) lo había concluido, por lo que se ponía en evidencia la seriedad
de asunto. con el recorrido a lo largo de las calles junto a la alumna
destacada. Cabe recordar que en aquel entonces, Guatemala era una ciudad más
pequeña, por lo que los vecinos no les resultaría desconocida la criatura para
así felicitarla en el acto.
Otra anécdota de
la época era que, por regla general, los alumnos de las escuelas e institutos
públicos debían ser enviados periódicamente a un chequeo anual en las
instalaciones de la Dirección de Sanidad Pública donde se les practicaba un
examen físico completo, dentro de los cuales, entre otros exámenes, se
aplicaban las vacunas contra enfermedades como fiebre tifoidea, varicela,
sarampión, &a. En las revisiones se veían aparatos especiales de aquel
entonces, que median fuerza con la que contaban las niñas, incluso dentro de
las asignaturas referentes a la higiene, se les instruía al buen uso del cepillo
y la pasta dentífrica. Cabe resaltar que muchas de ellas, venían de hogares
donde estas costumbres no existían.
Las clínicas
estaban al inicio de la Avenida Reforma, pero para llegar hasta el lugar, se
enfilaba hacia la 11ª. Avenida sur, y 18ª. Calle hacia el poniente para luego
llegar a la plazuela «11 de marzo» donde estuvo el «Monumento a la Fama» ó El
Ángel, —donde hoy existe una rotonda sobre la 7ª. Avenida prolongación— y por ultimo atravesar el Cantón Exposición —hoy zona 4— llevando finalmente al grupo de estudiantes en filas de dos en
dos, con la supervisora encargada de la seguridad hasta el lugar antes
mencionado.
Otro recuerdo de
importancia fue los cambios ocurridos durante los primeros días del régimen
ubiquista, pues nos habla del reemplazado del personal administrativo dentro
del plantel. Mientras Dñª. Martita cursaba su tercer año de enseñanza
elemental, el General Ubico ordena sustituir a la directora de aquel entonces,
la Señorita Cándida Franco (cierta norma de la época prohibía a quienes
ejercieran el magisterio nacional, contraer matrimonio o ser casados pues con
esto se dedicarían de lleno a su labor) por quienes fueron sus institutrices
particulares, las recordadas hermanas Ana y Victoria Espinosa, (conocidas como
Dñª. Anita y Dñª. Toya), personajes de la élite social guatemalteca, quienes
eran muy respetadas por los círculos influyentes, puesto que contaban con una
preparación profesional tan estricta, que rayaba en lo militar, según palabras
de Dñª. Marta. Su presencia en el colegio incorporó la disciplina castrense que
el régimen imprimía sobre las demás instituciones públicas.
El corte marcial
de la enseñanza se reflejaba a primera vista, según se nos narra, ya que
factores de formación prácticamente extinguidos como lo era la urbanidad, la
etiqueta y el código de vestuario, se les daba muchísima importancia, tal es el
caso del diseño del uniforme, que se mantuvo desde el ingreso en la primaria
hasta salir con título en mano; falda negra con pliegues hasta la rodilla,
blusa blanca con cuello almidonado, corbata roja carmín (fuera de cuero o de
tela), medias beige por debajo de la rodilla, y zapatos negros de botón y
trabilla. El cabello de las alumnas no debía pasar de las orejas, sopena de
sufrir un corte improvisado. Cualquier alumna que se desfasara un ápice de
dicho código (sea por zapatos de cintas o que llevaran aretes colgantes) se les
impedía el ingreso. El primer timbrazo del día escolar indicaba la “revista”
del código de vestuario e higiene personal, siendo revisadas una por una, de
pies a cabeza en su arreglo general (zapatos lustrados, ropa planchada y
limpia, uñas bien arregladas, &ª.)
El Colegio contaba con instalaciones de
primera categoría, pues los salones de cátedra eran amplios, con buena
disposición para recibir luz y ventilación (el diseño general del conjunto se
ha visto poco alterado desde la época colonial), contando con pupitres de
madera fina hechos de Europa, de 60 x 100 cm aproximadamente. Estos que tenían
una bandeja inferior donde se colocaban los textos y el material didáctico (los
cuadernos fabricaban las mismas alumnas), en la esquina superior derecha había
un tintero con una ranura donde poder colocar las plumas (no se contaba con
lápices ni bolígrafos) donde dicho recipiente se mantenía lleno de tinta para
evitar las manchas y la pérdida de tiempo, por eso tenían tapaderas
incorporada. También se contaba con un gran salón de actos, con un escenario y
área de camerinos para realizar actividades lúdicas durante los días asignados.
El comedor era
amplísimo y se mantenía nítido, tenía forma rectangular con varias mesas con
butacas para diez alumnas en cada mes, cinco por lado, dejando los extremos
libre, donde se dejaba la jarra de refresco para que quien estuviera sentada en
el extremo les sirviera a las compañeras de su lado. En cada puesto, cada
alumna contaba con una gaveta donde cada lunes se encontraba la servilleta de
uso personal limpia y almidonada, la misma se usaba durante la semana; también
contaban con vajilla de porcelana china, con el juego de accesorios acordes con
las normas de etiqueta.
El almuerzo se
daba en abundancia y era muy sano, pues consistía en sopa caldosa, ensalada,
arroz o pasta y una carne en salsa color negro con un sabor y sazón que jamás
ha vuelto a probar en su vida. No se permitía hablar mientras durar el periodo
de almuerzo, por lo que, para entretención general, había un radiorreceptor
antiguo, marca «RCA Víctor», con el que se escuchaba solo música clásica, a un
volumen adecuado, pues la Sritª. Anita les recomendaba escuchar la música sin
que fuera un estruendo pues así se podría apreciar mejor.
Había un aspecto
que no le gustaba de la disciplina y era que a las niñas pequeñas se les
forzaba a ingerir aceite de hígado de bacalao, por su sabor poco grato al
gusto. De pequeña, Doña Marta siempre intentaba escaparse de la cucharada
reglamentaria, pero al llevar registro diario de quienes habían recibido el
suplemento (por parte de la encargada de la cocina, a quien llama Dñª. Rome) se
veía obligada a soportar un suplicio gustativo. Para contrarrestar el rancio
del producto se empleaba sal y limón en algunos casos.
El sistema de
admisión consistía en alumnas externas (que pagaban sus cuotas mensuales),
cuarto-internas (la joven Martita, por ser becada tenía derecho a almorzar) y las
internas que eran las niñas venidas del interior de la república, lo cual daba
a lugar a actitudes negativas pero que eran la norma en aquel entonces, como
marcada discriminación hacia las alumnas llegadas de la provincia, sobre todo
de quienes venían de los pueblos (aunque fueran ladinas, pues no se admitían
indígenas), quienes por las diferencias culturales respecto a las jovencitas
capitalinas, debían adaptarse al contexto urbano, con normas propias dentro del
lugar donde residieran mientras se educaran, pues así, teóricamente, podrían
irradiar la cultura hacia las áreas rurales de donde procedieran.
Según
estimaciones de nuestra interlocutora, el número de alumnas en su época de
estudios fue, entre las del colegio y la escuela de aplicación (así denominada
el área de primeras letras o enseñanza elemental) pasarían de mil jovencitas tanto
internas como externas. Las becadas rebasaban más de la mitad de las inscritas,
siendo mayoría precisamente quienes llegaban del interior del país, en el caso
de la joven Marta, por la situación económica de su hogar, se le concedió beca
completa. Aunque se pudiera estudiar bachillerato en ciencias y letras, lo
usual era que las egresadas del Colegio Belén fuesen maestras de primeras
letras ó de enseñanza elemental.
Entre los
maestros y catedráticos con quienes Doña Marta se formó, solo había profesionales
universitarios, médicos, ingenieros, abogados, todas personas muy preparadas
para los cursos impartidos en el colegio, pues debían estar alineados con la
rigurosidad ubiquista. Con notables excepciones, el trato entre alumnas y
catedráticos era de «Señor Tal» y «Señorita Tal». Los catedráticos de gran
recordación por su modo afable y respetuoso, son bien recordados por la jóvenes
betlemitas de la época de Ubico, desfilan como personajes desconocidos para
muchos en la actualidad, pero con interés historiográfico es importante
mencionarlos, ya que la mayoría eran personalidades reconocidas dentro de sus
círculos académicos y profesionales, llegando algunos a fungir como
funcionarios públicos en los gobiernos posteriores a la revolución del 20 de
octubre de 1944, desempeñaron papeles protagonicos el quehacer nacional.
Tal es el caso, por ejemplo, de Sr.
Manuel Francisco Galich López, en aquel entonces, dramaturgo y locutor de radio
de la radio oficial TGW, quien posteriormente seria conocido como «El Verbo de
la Revolución» (después abogado, escritor y político comunista). Este personaje
impartió las cátedras de Etimología Castellana (2º. Normal) y Literatura
Guatemalteca (4º. Normal). Otro catedrático prominente en Belén era el Sr.
Eduardo Martínez Balsells, quien en 2º. Normal, impartía la cátedra de Álgebra
Fundamental y Aplicada, pues en su calidad de ingeniero civil, también era
catedrático de la Facultad de Ingeniería en la Universidad Nacional de
Guatemala (USAC a partir de 1945).
Otro catedrático,
con quien ha tenido más contacto hasta su muerte fue con el Sr. Oscar Barrios
Castillo, abogado y notario, quien en varias ocasiones impartió diversos cursos
de Geografía e Historia Americana (en 2º. Normal) y durante la educación
vocacional Construcción Cívica. Posteriormente se desempeñó como catedrático en
la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, redactor del anteproyecto
del Código de Trabajo durante el gobierno del Dr. Juan José Arévalo y como
Presidente de la Corte Suprema de Justicia en el periodo 1994-1995, después del
«Serranazo». El Sr. Carlos Umaña Cerna, médico y cirujano, les dio la cátedra
de Aritmética Demostrada en 2º. Normal, quien posteriormente impartió los
cursos de Geometría y Trigonometría, en 3º. Normal, pero 4º. Normal cuando nos
daba Contabilidad, se retira de colegio. Posteriormente como profesional de
medicina con gran éxito.
También se
contaba con un laboratorio para las clases de química, cuyo diseño, según se
entiende era el de un anfiteatro, donde situado al centro se encontraba el
catedrático con la mesa del equipo instrumental, y las alumnas en el área del
hemiciclo con escritorios de paleta para tomar notas. Era tan grande que las
tres secciones que componían cada grado, podían recibir la clase juntas, pasando
cada alumna según lo requería el maestro. Este salón era para las jóvenes de
nivel avanzado. Era maestro el Sr. Salvador Vides, Licenciado en Farmacia,
quien impartió la cátedra de Química Fundamental y Aplicada, excelente
catedrático, que a su vez trabajó en la Escuela Politécnica. A razón de tratar
solo no hombres, tenía un modo muy riguroso, lo hizo impopular entre las
alumnas, puesto que no era comedido, y según se cuenta, era pedante y burlón,
rayando en lo ofensivo.
El Sr. José Luis
Arriola, doctor en humanidades, educado en Francia, no impartió cursos
académicos, pero asesoró a la joven Marta en su tesis magisterial, que llevaba
por título «El Dibujo como Parte Esencial en la Formación Intelectual de la
Personal», misma que refleja el interés y conocimientos pictóricos que desde
entonces cultiva nuestra entrevistada. Nombrar a todos los catedráticos, su
grado académico y su calidad como educadores dentro de las aulas betlemitas en
los años treinta y cuarenta seria redundar sobre el hecho que, con razón
premeditada, ciertos intelectuales adversos al régimen de Jorge Ubico (y por
ende sus discípulos) sencillamente omiten páginas de la historia, logros
alcanzados en el ramo educativo durante ese tiempo. Como sigue narrando, la
educación pública estaba restringida a los sectores principalmente urbanos de
la población, ya que Institutos Normales solamente había en la ciudad capital,
en Antigua Guatemala, en Cobán, Chiquimula y Quetzaltenango, pero quizás la
mejor forma de ejemplificar la formación de las futuras maestras de aquel
entonces, es necesario hablar de la Señorita Eufemia Cordón (a quien ilustramos
al inicio del presente ensayo).
Como la
catedrática encargada de asesorarlas durante los cuatro años de formación
vocacional, les imparte el curso de Metodología y Planificación Pedagógica,
(concretamente, aprender a dar clases). En dicho método se recitaba las maneras
de cómo enseñar, haciendo énfasis en la planificación de cada uno de los cursos
dados en las escuelas, pues debía tenerse presente el nombre de la materia, los
objetivos a buscar en el mismo, la preparación y obtención del material
didáctico a utilizar, el tiempo que tomaría desarrollarlo, etcétera, y esto se
lograba llevando un registro, con todo y fechas programadas con calendario en mano.
Posteriormente con las clases listas, se ponía a prueba al alumnado. Se trataba
de los cursos de Idioma Español, Matemáticas, Ciencias Naturales y Geografía e
Historia (posteriormente llamada Estudios Sociales).
El grado de
importancia que siempre han tenido los maestros en las comunidades, debían
hacer honor a su formación como guías estudiantiles; de ahí el motivo de tanta
rigurosidad en los planes académicos, las fechas de programación, el uso del
material y demás métodos necesarios para cumplir con la agenda del Ministerio
de Educación Pública. Las prácticas magisteriales, se llevaban a cabo en las
aulas de la Escuela de Aplicación, donde estudiaban las niñas de educación
elemental, y para realizar las evaluaciones debían asistir todas las alumnas del
grado (eran cuatro secciones de 20 a 30 personas cada una aproximadamente). Con
el método antes mencionado, la alumna debía estar preparada para la fecha
asignada de su evaluación de práctica, llevando todo lo necesario para tratar
el punto durante una hora.
En medio de
todas las jovencitas sentadas en los pupitres (algunas por falta de espacio se
quedaban paradas) estaba la Srit. Cordón, tomando nota con su pluma y
cuaderno, quien con la ayuda de alumnas quienes cumplían la función de auxiliares,
debían observar el entorno en el que se desenvolvía la practicante, anotando
también las posibles fallas que pudiera tener la persona al frente (anomalías
como olvidar saludar a las alumnas, no llamar a la atención de las jovencitas
se distraía, falta de material para ampliar la clase, etcétera). Al tratarse
del curso más importante generaba mucha tensión tanto en las alumnas como la
catedrática y claro está en la practicante, pues el aprobar dicha práctica le
acreditaba la suficiente competencia profesional para dar clases en cualquier
centro educativo.
El colegio tenía
tanta reputación que incluso recibió la visita de personalidades tan
emblemáticas de la política centroamericana durante la época como Don Anastasio
Somoza García, presidente de Nicaragua, junto a su esposa, Doña Salvadora
Debayle. Quienes estudiaron en esos años en el Colegio de Belén, durante el
régimen ubiquista se sienten orgullosas de la educación que recibieron, pues
consideran que, para ser un instituto público, tenía las comodidades de un
colegio de lujo, seguras de que jamás hubo ni habrá educación semejante en
Guatemala.
Por último, es
importante compartir una frase muy significativa en esos años, cuando la joven
Marta la escucho en algún momento álgido de las practicas, donde la Srita.
Cordón perdió la paciencia por algún error de las alumnas al frente, y emitió
una sentencia lapidaria que rezaba más o menos de la siguiente forma: ¡El
día que, en Guatemala, las maestras salgan como canastos de jocotes, ese día
¡no sabrán nada!
A lo que nuestra
querida Marta Camey de López concluye diciendo con notoria tristeza: Y ese es este día —ella [la Sritª. Eufemia Cordón] lo predijo—, pues
ahora salen por montones, sin preocuparse por los niños, solo esperando su día
de pago.
Referencias:
- Entrevista a la Sra. Marta Camey Herrera de López (1922-2015), maestra de educación primaria, los días 9 y 16 de octubre de 2012
- Lesly Valdés & Carlos Ajanel, “El profe ausente de las aulas, tiene 21 años participando en el movimiento”, artículo de la sección “Bajo la Lupa”, del diario Siglo XXI, circa 2008.
- Mirja Valdés de Arias, “El Militante Natural”, artículo de la sección “Actualidad”: Sección Dominical del diario El Periódico, 29 de octubre de 2012.