viernes, 13 de enero de 2017

La independencia, anexión a México y principios del federalismo.

Consideraciones generales.


Con los altibajos que la administración colonial sufrió en los primeros veinte años del siglo XIX, la opción frente a un futuro independiente pronto se concretó en las mentes de todos los guatemalenses del istmo.

La inestabilidad política que caracterizó en esos años a la metrópoli española, así como la incapacidad de la junta central suprema[1] por conducir una política exterior que protegiera el comercio del imperio; aceleró el decaimiento de las actividades económicas más lucrativas en el Reino de Guatemala.

Estos hechos empujaron —en consecuencia— a los elementos más visionarios de las principales élites en «la Corte[2]» a replantearse la idea de independencia cuando la oportunidad finalmente pudiera presentarse.

La depresión económica sufrida desde los comienzos de la guerra contra los británicos, tuvo como cúspide un hecho curioso pero comprensible solo en su contexto.

Cuando llegaron a la ciudad capital las noticias de la usurpación bonapartista al trono español, tanto las autoridades de la Real Audiencia como el Cabildo civil[3] juraron lealtad al «rey cautivo», don Fernando VII de Borbón, ofreciendo por su liberación un «donativo patriótico» en 1808.

A finales de ese año, dicho donativo asedia a más de un millón de pesos duros, es decir prácticamente todo el numerario en circulación y el añil disponible en las colonias en el istmo[4]; que tenía como único objetivo contribuir con la resistencia española frente a la invasión napoleónica. 

Semejante muestra de altruismo y lealtad de los súbditos guatemalenses, tanto de las cofradías como de los comerciantes más acaudalados y máximos dignatarios de la iglesia católica, fue un verdadero suicidio social y económico, dada la pobreza característica del país.

El déficit de ingresos reales[5], tanto para la Corona como de los productores y comerciantes tuvo efectos nocivos en el futuro inmediato.


Retrato de don Fernando de Borbón (futuro rey don Fernando VI) en sus tiempos como príncipe de Asturias. Por su causa sus súbditos americanos (particularmente en el Reino de Guatemala) entregaron sus fortunas y arruinaron sus economías.   

Situación política, social y económica del Reino de Guatemala, anterior a la independencia.




Provincias, gobernaciones e intendencias que conformaban el Reino de Guatemala al momento de la independencia en 1821.

En la década que siguió a estos hechos, la situación política, económica y social del Reino de Guatemala siguió dando traspiés; de acuerdo a quiénes fueran dirigiendo los destinos desde la Jefatura Política Superior — el órgano constitucional que sustituyó a la antigua Real Audiencia en 1812— hasta llegado el año 1820.

Como se mencionó anteriormente, fue otorgada la amnistía general a todos los responsables en la organización de las diputaciones provinciales que fueron enviadas a Cádiz, así como los levantamientos en León y San Salvador. 

También se les otorgó la libertad a quienes formaron parte de la conspiración en el convento betlemita de la capital del reino durante esos años.

El nuevo ambiente de libertad política creó espacios de expresión en los periódicos ya mencionados que reflejaban las dos posiciones ideológicas producto de los dimes y diretes de la política interior de España.

Los constitucionalistas —germen del republicanismo en Guatemala— manifestaban inclinaciones hacia la independencia política frente a la metrópoli; y se les describían en algunas publicaciones como «fiebres» y «cacos», por sus actitudes extremistas e indecentes, propias de las mentes mezquinas y perturbadas.

Entre ellos se encontraban algunos miembros de las ramas «venidas a menos» en las familias principales, incluyendo a intelectuales y burócratas de mediano rango de los estratos medios de la sociedad.

Su contrapunto lo definían los realistas —o partidarios del antiguo régimen hispánico—, que estaba concertados por la mayor parte de miembros de las llamadas «familias de sangre», principalmente latifundistas y grandes comerciantes peninsulares. 

Por el trato soberbio y jactancioso que daban a los demás, así como sus vínculos directos con el gobierno colonial también fueron apodados como «gases» y/o «serviles».

Se les tachaba también por sus extravagancias y vicios, defectos propios de los aficionados a los brebajes espirituosos, por lo que recibieron el apodo de «bacos» o «borrachos».

En las páginas de sus respectivos periódicos, los columnistas cacos y bacos seguían febrilmente la línea editorial de sus dueños. 

El espíritu ilustrado y de critica estaba muy presente en las publicaciones; por lo que se trataron diversidad de temas de carácter educativo, científico, artístico y literario.

Pero las polémicas ideológicas trascendieron el ámbito académico de los mismos hasta centrar las discusiones en torno a la situación económica.



Mapa topográfico del grabador José Casildo España, donde se muestra la traza urbana de la Nueva Guatemala de la Asunción (lo que hoy ocupan las zonas 1, 2 y 6 capitalinas) a mediados de 1821. Se muestran accidentes geográficos, las haciendas y distintos puntos de referencia aun existentes hoy en día.


Vista de la plaza mayor, en 1827, desde el cruce de la calle de Mercaderes (8ª. Calle Poniente) y calle Real (6ª. Avenida Sur) hacia la iglesia catedral (sin sus campanarios ni remate central). El centro del espacio lo ocupaba el monumento a don Carlos III (hoy en la plazuela España). La plaza tuvo función tanto de mercado como de área de ejercicios militares.  


Desde la tribuna del Editor Constitucional se abogaba por el libre e irrestricto comercio que pudiera dar salida a los productos agropecuarios del reino, a cambio de manufacturas extranjeras que normalmente entraban con bajos costos.

Contrario a esta postura, El Amigo de la Patria que instaba por el restablecimiento de ciertos controles al comercio ultramarino.

Su argumento principal era que, en tiempos de la guerra contra Bonaparte, la entrada irrestricta de productos británicos —principalmente telas inglesas— habían desplomado los precios de las manufacturas locales; haciendo quebrar numerosos obrajes o talleres artesanales dedicados a dichos géneros de la incipiente industria textil.

La evidente tendencia al proteccionismo del bando «servil» logró ganar —de acuerdo a algunos escritores posteriores[6]— el favor de las gentes de castas o sectores populares.

Por medio de las buenas relaciones públicas con la jefatura política y el cabildo eclesiástico, el ensalzamiento a los gremios de artesanos, así como las dádivas —en monetario— a las «gentes ordinarias y miserables»

Los resultados de las primeras elecciones de ayuntamientos constitucionales de 1813 y en 1821 rindieron fruto a la causa realista.

Se puede hablar que estas votaciones fueron las primeras de forma democrática[7] en el istmo Centroamérica.

Gran parte del éxito se debió a que, por ser tiempos del Capt. Gral. José de Bustamante, los principales responsables de las ideas constitucionalistas o «fiebres» fueron perseguidos y encarcelados por sus vínculos en las revueltas en Nicaragua y San Salvador.


El trienio liberal y su relación con la causa independentista.


Ese mismo año, cuando se restituyó la Constitución de Cádiz, los delegados de las colonias americanas en las Cortes Generales, en lugar de obtener un número de diputaciones según el número de habitantes en los reinos; se les asignó solamente treinta escaños, es decir la mitad de los reservados casi una década atrás.  

El desaire final del parlamentarismo español hacia los americanos se dio finalmente cuando la delegación guatemalteca no se le permitió exponer sus proyectos ni se le admitió protesta alguna.

Siendo una de las pocas provincias que, en 1820, aún era fieles a la Monárquica, los delegados guatemalenses remitieron a sus diputaciones provinciales que reconsideraran la opción por la independencia.

El desprecio y la indolencia de los peninsulares hacia sus pares indianos fue la semilla directa de la emancipación del Reino de Guatemala[8].  


Ecos de luchas exteriores.


Mientras llegaba a su fin la lealtad guatemalense hacia España, en otras partes de la América española, el orden tradicional que por casi tres siglos rigió la vida de los indianos; iniciaba su proceso de casi completa aniquilación durante las guerras que se desarrollaban en otras latitudes del continente.

Dados estos hechos, las autoridades de todas las ciudades importantes en el Reino de Guatemala se pusieron en alerta y ocultaron —hasta donde les fue posible— la difusión de las sangrientas batallas que se desarrollaban tanto en la Nueva España como en casi toda la América meridional[9].

Entre tanto se llevaba a cabo esta labor de censura, muchos de los ahora llamados «patriotas» —antiguos partidarios del constitucionalismo monárquico— accionaron desde las provincias exteriores, como Chiapas.

Su objetivo era buscar la manera de ponerse en contacto con las fuerzas insurgentes de Morelos que operaban cerca del límite occidental del Reino de Guatemala.

Otro hecho verificado, también en enero de 1821, fue la renuncia del jefe político superior don Carlos de Urrutia al designar como su reemplazo al brigadier y subinspector general de Reales Milicias, don Gabino Gainza[10]. Gainza era veterano de la causa realista en el lejano Reino de Chile.

De acuerdo a los sucesos ocurridos en el virreinato novohispano[11] llegaron a la Nueva Guatemala noticias, precisamente de la cabecera provincial de Ciudad Real de Chiapas, sobre el llamado plan de Iguala.

Dicho proyecto político fue impulsado por el brigadier don Agustín de Iturbide, antiguo militar realista convertido en caudillo del «Ejercito Trigarante».

Este proyecto de independencia garantizaba la preservación del status quo social, político y jurídico establecido durante el antiguo régimen hispánico; con lo que rápidamente ganó simpatizantes entre los exconstitucionalistas guatemalenses. 

Por consiguiente, estos personajes procedieron a estrechar relación con el nuevo jefe político Gainza y conducirlo a la causa emancipadora.



Pintura alegórica de Rafael Beltranena (c.1921) del paseo en la plaza mayor, frente al palacio de la Real Audiencia (luego palacio del Supremo Gobierno). En este edificio se firmó el acta de independencia de 1821.

El Reino de Guatemala llega a su fin.


Con el «Plan Pacífico de Independencia», que resumía los datos esenciales del designio mexicano, se procedió a ofrecerle el mando del nuevo gobierno a Gainza.

Para el día 14 de septiembre se conoció de la ratificación al proyecto iturbidista por parte la provincia de Ciudad Real de Chiapas.

Este anuncio suscitó de forma inmediata a la convocatoria para una Junta General programada al día siguiente, donde participaron tanto las autoridades constitucionales como del Ayuntamiento; así como los delegados de las diputaciones provinciales presentes en la ciudad capital.

Se invitó a las demás autoridades tanto del clero secular como regular, que incluían delegados de la Pontificia Universidad Carolina y demás colegios mayores para asistir al acto convocado.  

A sabiendas —tanto de lo peligroso[12] como lo impráctico— de pregonar abiertamente la independencia sin convocar una Asamblea Nacional Constituyente, se procedió a dejar en claro el carácter transitorio de la sesión del 15 de septiembre. 

Solo una constituyente con representantes popularmente electos en todas las provincias del Reino, tenía las facultades legales para definir el carácter del nuevo gobierno y su respectiva ley fundamental.



Pintura alegórica de Luis Vergara Ahumada, retratando la reunión de los cuerpos dirigente del antiguo Reino de Guatemala ratificando la separación de la colonia frente a la metrópoli peninsular.

En el acta redactaba para el caso, justificaba la convocatoria a dicha reunión razonando tanto la agitación general vecinos y residentes de la Nueva Guatemala de la Asunción; aunque bajo las presiones externas, en clara alusión a los eventos ocurridos a principios de febrero en el nuevo Imperio Mexicano.

El temor de las élites a que las masas se salieran de control provocando una revolución popular —como la de Hidalgo y Morelos—, se procedió a traspasar legalmente la soberanía de Cortes españolas a la nueva Junta Provisional Consultiva.

Este órgano administrativo sería presidido por el antiguo representante de gobierno español quién, entre otros temas, instaba a los miembros del clero regular de abstenerse a realizar comentarios perjudiciales a la política interior del nuevo gobierno.

En la misma también se transfirió las atribuciones militares de la antigua Capitanía General al Ayuntamiento de Guatemala.

En espera del primer Congreso Legislativo Provincial, seis meses a partir de la firma del documento aquí descrito[13], se convocó en consecuencia a la elección de los diputados respectivos.

Tomado el primer punto del plan de Iguala, la posición de la religión católica se mantendría intacta, dado el carácter consuetudinario de su naturaleza moralista.

No obstante, por la cantidad de partidarios a la anexión al nuevo imperio, este punto servía como punta de lanza para alcanzar sus objetivos.

Por último, a manera de conclusión, por parte del Jefe Político Superior se dirigió un «bando» —o anuncio público— con dedicatoria a los realistas de inhibirse ante cualquier pronunciamiento contrario al nuevo régimen; bajo la pena de sufrir persecución y pena capital por el delito de conspiración, lo que eventualmente ocurrió.

Reacciones inmediatas a la emancipación provisional.


Después de la firma y los festejos respectivos, el ambiente político se transformó casi de inmediato, produciéndose una completa reestructuración tanto de forma como de fondo.
La facción afín al constitucionalismo se dividió en dos bandos opositores.

Por un lado, los «imperiales» que eran principalmente miembros de las familias notables que recibieron en sus filas a los «moderados» o exrealistas y los «republicanos», o grupos de intelectuales concentrados alrededor de la línea editorial del periódico El Genio de la Patria[14].

Sin los recursos económicos, ni la influencia social y política de la facción imperial, los republicanos abogaban por un sistema federal, inspirado en modelo de los «Estados Unidos del Norte»

La idea de su adopción, un tanto audaz, era que la nueva situación política permitiera la autonomía provincial de frente a la Nueva Guatemala de la Asunción.

Dado el enorme respaldo que la facción imperial obtuvo del nuevo gobierno, la mayoría de ayuntamientos, élites económicas y del clero, la balanza se inclinó hacia la anexión con el vecino del Norte.

Pero mientras estos incidentes ocurrían, las pasiones y resentimientos contenidos durante mucho tiempo se desbordaron finalmente en abierta convulsión social. 

Debido a múltiples factores como la rivalidad económica y política entre ciudades provinciales y el recelo general hacia la capital del antiguo Reino de Guatemala; todos aquellos que apoyaban el proyecto de autonomías provinciales deseaban —a como diera lugar—, neutralizar el predominio de «la Corte[15]» frente a las demás urbes del antiguo reino.  

La anexión al imperio de Iturbide. 


La tensión interprovincial se mantuvo hasta la declaración de unión a México.

A recibirse un oficio enviado por el emperador don Agustín I a la Junta Provisional, se notificó el envío de un ejército expedicionario hacía en istmo guatemalense, con el objetivo de proteger a los partidarios de la unión

Con este acto, a autoridad imperial mexicana "invitaba" a las autoridades guatemaltenses para ratificar tanto el plan de Iguala como el tratado de Córdoba[16].

Para ese entonces, tanto el cabildo de Ciudad Real de Chiapas como el de la villa de Quezaltenango se habían unido, tanto de facto como de iure a México.
 
Por tal razón, se convocó rápidamente a una consulta a los demás ayuntamientos del antiguo Reino para aprobar o rechazar el respaldo a la anexión.

De las 241 municipalidades existentes en Centroamérica, prácticamente el 61% de los mismos se pronunció a favor de la causa imperial, casi un 9% esperaba la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente y el 29.5% no logró enviar sus respuestas a tiempo.

Solo dos cabildos se opusieron de forma tajante a la anexión: las ciudades de San Salvador y San Vicente.

Este hecho fue suficiente para encender los ánimos en toda la provincia de San Salvador; puesto que en la mayor parte de villas y ciudades[17] sus habitantes se convirtieron en partidarios absolutos de la independencia y de un régimen republicano.

Primeras acciones armadas en el istmo y la declaración formal de independencia.


En el caso sansalvadoreño, fueron las élites económicamente pudientes, quienes instaron a la población a armarse contra cualquier intento de invasión.

Su comandante en jefe fue Manuel José Arce y Fagoaga, uno de los líderes de la revuelta en San Salvador en 1811, quién junto al presbítero José Matías Delgado y de León deseaban separar tanto política como eclesiásticamente la provincia de San Salvador de Guatemala.

El fracaso de la primera expedición imperial desde Guatemala, en junio de 1822, obligó a que el nuevo jefe de la diputación imperial —una vez disuelta la Junta Provisional—, Vicente Filísola marchara contra los sansalvadoreños.

Tras algunas acciones donde logró neutralizar los esfuerzos de los patriotas sansalvadoreños, en febrero de 1823 prosiguió su camino hacia Nicaragua donde también existían tentativas de insurrección generalizada.

Estando cerca de la ciudad de Granada se le notificó al militar mexicano que en la lejana «ciudad de los Palacios» la monarquía mexicana fue disuelta por un golpe de Estado en marzo de 1823.

Con esta nueva situación de incertidumbre política y legal Filísola, ya de regreso en «la Corte» convocó finalmente la Asamblea Nacional Constituyente, conforme lo estipulado en el acta del día 15 de septiembre de 1821.

Se citó a los representantes provinciales en la ciudad de la Nueva Guatemala para junio de 1823, permaneciendo en ella por el espacio de dos años.

Finalmente quedan cerradas las sesiones en enero de 1825, al decretar finalmente la declaración de Independencia absoluta del antiguo Reino de Guatemala respecto a España, México y cualquier otra nación que aspirara a dominarla.

Este decreto se llevó a cabo el primer día de julio de 1823.

En estos meses tomó forma la nueva nación bajo el nombre de Provincias Unidas del Centro de América, cuyo sistema de gobierno se definió bajo la forma federal —deseado por los republicanos que pasaron a denominarse «liberales[18]» y varios diputados— que, sin serlo, eran fuertemente autonomistas.

La alternativa a un sistema unitario o centralista era promovida por la facción moderada.

Este último grupo, abrazó a muchos eximperiales, empezó a definir a sí mismo como conservadores[19].

No obstante, a su mayoría numérica en la Asamblea, los conservadores no lograron llegar al consenso deseado con otros delegados provinciales.

El pacto federal y el choque con la realidad.  



División administrativa de la Provincias Unidas del Centro de América, después de la Asamblea Nacional Constituyente de 1824. 

El resultado del nuevo sistema fue un complicado y oneroso mecanismo de elección anual tanto de la asamblea federal, como de las asambleas estatales[20].

El objetivo del mismo buscaba restarles influencia y decisión política y económica a las élites de «la Corte».

En virtud a este último punto, se concibió un organismo ejecutivo débil que pudiera ser controlado por la diputación federal; que simultáneamente dejara las puertas abiertas para crear nuevas provincias o estados, pensando en el caso particular de Soconusco y Chiapas.

Cabe mencionar que la antigua provincia de Ciudad Real de Chiapas, si bien se pronunció a favor de la unión al imperio mexicano al momento de disolverse el gobierno imperial. 

La presencia de tropas mexicanas acantonadas en la capital provincial, impidió a su ayuntamiento realizar el plebiscito a mediados de 1824.

De tal manera que, sin plena libertad, los chiapanecos pasaron de facto a formar parte de México; puesto que sus principales ciudades fueron ocupadas por el ejército de Filísola, al nomás dejar tierras centroamericanas.

Solamente Soconusco se pronunció a favor de las Provincias Unidas, pero la disputa con México creó un limbo político que no pudo definirse por la vía diplomática hasta 1842, cuando fue militarmente ocupado por las tropas mexicanas.

El surgimiento de la federación centroamericana estuvo plagado de obstáculos, que involucraban regionalismos muy arraigados, de inexperiencia en el manejo de la cosa pública, de la imposibilidad de superar la depresión económica que aún no se resolvía de tiempo atrás.

Finalmente, el auge de los líderes militares o «caudillos» que —al mando de huestes improvisadas en las peonias de cada nuevo estado— fueron el caldo de cultivo para la futura desintegración y caos político.

Primeras elecciones y primeros ensayos de autogobierno pleno.


Las diferencias más tangibles en las nuevas autoridades tuvieron como punto de partida los resultados fraudulentos de las primeras elecciones presidenciales del año 1825.

En estos comicios compitieron dos personajes relevantes de la nueva política centroamericana: el caudillo militar sansalvadoreño Manuel José Arce, postulado por el partido liberal contra el veterano funcionario real, diputado imperial y redactor del acta de 1821, José Cecilio Díaz del Valle quien recibió el respaldado del partido conservador.




Los candidatos de las primeras elecciones presidenciales en Centroamérica. La facción radical (o liberal) respaldo al Gral. Arce y Fagoaga mientras que la moderada (o conservadora) apoyó al «sabio» del Valle. 


Si bien, el conteo de votos le dio la victoria al «sabio del Valle», el mecanismo empelado por los liberales le otorgó a Arce la presidencia de la República. 

Sin embargo, el presidente Arce prontamente se vio abandonado en su puesto ya que no pudo configurar su gabinete con personas de su partido político.

Paradójicamente ninguno de sus partidarios quiso dejar el puesto al que estaba designado de antemano.  

Por esa razón Arce tuvo que recurrir a personalidades conservadoras, circunstancia que provocó resentimientos de toda la facción liberal.

El desorden e improvisación cundían en la administración pública, tanto que las autoridades federales, como en las encargadas del Estado de Guatemala; dado que, por falta de infraestructura, tuvieron que compartir instalaciones para sus respectivas oficinas y actos particulares.

A razón de estos inconvenientes la oficina presidencial tuvo choques directos con el organismo ejecutivo local cuando José Francisco Barrundia y Zepeda, líder del grupo más extremista del liberalismo, asume el cargo de Jefe de Estado.



Tanto el Jefe de Estado Barrundia como su principal aliado, el médico y propietario de El Genio de la Libertad , Pedro Molina Mazariegos, fueron de los intelectuales mas exaltados y radicales del liberalismo; empujando con su consignas la opinión publica de sus partidarios. Ellos fueron la manzana de la discordia política en los albores de la República Federal.   

Fueron tantos los conflictos entre ambos personajes —donde la intransigencia relucía su peor postura— que el presidente federal finalmente mandó encarcelar al jefe de Estado guatemalteco.

Otro gran problema para el gobierno de Arce fue su antiguo aliado el presbítero Matías Delgado, quien, contraviniendo toda regulación territorial del arquidiócesis, creó unilateralmente el obispado de San Salvador, sin ser reconocido siquiera por el sumo pontífice en Roma.

La revolución centroamericana de 1827 a 1829.


Las pugnas entre el gobierno federal y el Estado de Guatemala —señal inequívoca de un crecimiento repentino y exponencial de la burocracia—, luego del encarcelamiento de Barrundia, quedaron selladas cuando ambas cámaras en la Asamblea Nacional, el Congreso y el Senado, quedaron disueltas en apoyo hacia su correligionario liberal.

Esta resolución fue poco favorable para la ya endeble institucionalidad. Obligado por las circunstancias, Arce asumió poderes dictatoriales convocando a un congreso provisional en Cojutepeque, pequeña villa en el corazón del Estado salvadoreño[21].

A partir de este momento tanto los gobiernos estatales de El Salvador y Honduras consideraron las actividades de Arce contrarias a la ley, por lo que optaron por enfrentarse militarmente al gobierno federal. 

La primera guerra civil se desarrolló en diversas acciones bélicas, tanto dentro de territorio guatemalteco —en la hacienda de Arrazola, cercana a la capital— como en El Salvador —Milingo, Mejicanos y hacienda del Gualcho— desde 1827 hasta 1829.

En la misma época en que, luego de ser derrotado en San Salvador, el presidente Arce marchó de regreso a la capital federal para presentar su renuncia; un joven escribano de origen hondureño llamado Francisco Morazán y Quezada—quien abrazó con ardor la causa liberal— dio inicio su meteórica carrera política y militar como figura predominante en la escena política centroamericana.



El caudillo comayagüelense y uno de sus principales colaboradores, el guatemaleco Antonio Rivera Cabezas, procer de la independencia. 

Morazán cobró tremenda notoriedad luego de derrotar militarmente al jefe el ejército federal expedicionario Justo Milla en acción de La Trinidad. 

Luego de una rápida campaña en Nicaragua y El Salvador, emprende la marcha directa hacia la ciudad de Guatemala junto con sus milicias salvadoreñas y hondureñas.

Después de un prolongado asedio militar emprendido contra «La Corte» —cuyas rutas de abastecimiento de agua y alimentos fueron cortadas—, Morazán condujo al liberalismo más extremista al poder político.

Tras varios días de combates en las calles, donde los invasores cometiendo toda clase de excesos —al más genuino espíritu jacobinocontra la vida, la libertad y la propiedad de los vecinos.

Este fenómeno, propio de los tiempos antiguos, fue dirigido principalmente contra los dirigentes del partido conservador que, tras varios actos de atropello, Morazán instauró la supremacía política de la facción política más radical de la República.

Aunque es justo reconocer que las arbitrariedades contra los enemigos políticos empezaron en época del jefe de Estado, el conservador Mariano de Aycinena y Piñol; la incursión morazanista del «Ejercito Protector de la Ley» en Guatemala, marcó la despiadada ruta del autoritarismo centralista que condujo los destinos en esta región por casi un siglo.



Retrato de Mariano de Aycinena y Piñol, jefe de Estado depuesto por el caudillo Morazán al final de la guerra civil en 1829. Marchó junto con varios partidarios al exilio al exilio en los Estados Unidos. 

El primer régimen liberal en Guatemala (1829-1838)


Destituidos del mando y exiliados del territorio federal, tanto los jefes de las familias principales así con el alto clero, pagaron caro el apoyo que prestaron al presidente Arce en su camino hacia la consolidación del pacto federal.

Los liberales expropiaron tanto el patrimonio inmueble como demás bienes tanto de las «familias de sangre» como del arzobispado y las órdenes religiosas; cuyos miembros fueron exclaustrados y en su mayor parte expulsados de Guatemala.

Peor suerte corrió el arzobispo Ramón Casaus y Torres, uno de los miembros de la junta extraordinaria del 15 de septiembre de 1821, quien tuvo que huir a Cuba para salvar su vida, luego de una infructuosa captura en altas horas de la noche.

Con este acto, la organización de la iglesia católica en Guatemala quedó prácticamente extinguida de Guatemala entre 1829 y 1830.

A partir de ese momento las actividades de Morazán, ya como nuevo presidente federal desde 1830, se concentraron en pacificar el territorio centroamericano, enfrentando dos intentos de invasión por parte de los partidarios del Gral. Arce desde Soconusco.

El expresidente de la República también recibió apoyo de una columna aprovisionada por los españoles de la Capitanía General de Cuba; intentando abrirse camino —sin éxito— desde San Fernando de Omoa, en el Caribe hondureño, hasta la ciudad capital.

Cuatro años después, en 1834, Morazán disputó la silla presidencial contra su envejecido compatriota José Cecilio del Valle, quién a pesar de ser el ganador, no pudo asumir el mando dado que murió antes de confirmar los resultados de la elección.

Al año siguiente, se formalizó nuevamente en el mando el caudillo Morazán quien —para mayor escarnio y desgracia de los «chapines[22]»—, trasladó el distrito federal hacia la ciudad de San Salvador, llevándose gran parte del archivo colonial y el reloj mecánico del antiguo Palacio, que con el tiempo se perdieron.

El presidente Morazán apoyó como nuevo jefe de Estado guatemalteco a Mariano Gálvez, quien fue electo en 1831. Este personaje —aunque de origen humilde, pero con preclaros alcances intelectuales— llevó a cabo un ambicioso programa de modernización en toda su magnitud para el principal sostén económico y fiscal de la Federación.



Las decisiones, bien intencionadas pero sin mayor reflexión, del jefe de Estado de Guatemala entre 1830 y 1838, demostraron hasta que punto las convicciones ideológicas pueden desbordar las pasiones humanas. 

A causa de la liberalización del comercio externo, se enajenó enemistades tanto de los comerciantes mejor posicionados como de los gremios de artesanos, quienes veían afectados sus intereses monopólicos.

Con la neutralización del poder político y económico de la Iglesia también se abolieron los últimos privilegios que le quedaban a la institución eclesial; como los diezmos, las prerrogativas ancestrales en la educación en todos los ramos —desde las primeras  letras hasta la Pontificia Universidad de San Carlos de Guatemala—.

Esta última fue clausurada en 1829 para dar paso a la Academia de Estudios en 1834. En esta última cuestión, todo contenido religioso alusivo a los cursos preparatorios quedo cercenado.

Al imponer el laicismo secular desapareció la tradición educativa indiana, así como varios avances de naturaleza iluminista del medio siglo precedente; dado que quienes ejercían la docencia universitaria, es decir miembros del clero secular y regular, marcharon al exilio.

Otra de las medidas controversiales del nuevo régimen fue la implementación del matrimonio civil y el divorcio. Estas normas jurídicas fueron calificadas como «ley de chuchos» debido a su abierto desafío a la indisolubilidad del sacramento matrimonial.

Por aquellos días existía la creencia que relacionaba los enterramientos dentro de las iglesias con la difusión de las pestes endémicas, por lo que se decretó la creación de cementerios fuera de las catacumbas y evitar, aparentemente su propagación.

Esta medida sirvió como chivo expiatorio para que los religiosos en los departamentos[23] del interior la interpretaran como el motivo principal de la aparición del cholera morbus en 1836.

En su ignorancia, los sacerdotes rurales interpretaron la enfermedad como un castigo divino hacia el gobierno de Gálvez; pues la administración estatal continuaba con política de proscripción religiosa y marginación del clero secular y sus prácticas ancestrales.

La intransigencia ideológica —tanto de Gálvez, pero en particular de Barrundia— se mostró al abolir prácticamente todo el régimen de alcabalas al comercio de todas sus formas[24].

Sin estimar previamente las contingencias inmediatas, la situación de estrechez del erario público; llegó a niveles alarmantes para el buen funcionamiento tanto del gobierno federal como estatal. 

Para contrarrestar el inconveniente fiscal se decretó una mediada sumamente impopular: el impuesto personal anual o de capitación.

Dicha regulación fiscal se implementó en 1831, tenía las mismas características que el antiguo tributo colonial[25], abolido en 1812 por las Cortes de Cádiz. 

La diferencia sustancial entre uno y otro era que el nuevo impuesto era pagado por todos habitantes de sexo masculino, económicamente activos, del Estado de Guatemala.

Otro agravante de la situación política fue el polémico proyecto de colonización extranjera en prácticamente la mitad Norte del Estado. Este plan de asentamiento fue otorgado a Charles Meany y Marshall Bennett —ambos ciudadanos británicos—.

La concesión otorgada buscaba atraer a inmigrantes europeos calificados pues tenía como fin último parcelar las tierras comunales de los departamentos de Totonicapán, Verapaz y Chiquimula[26] .

La presencia de «herejes ingleses» despertó una feroz oposición en el clero rural, por el temor ancestral hacia los protestantes británicos.

Sea por ignorancia o por genuina convicción, una creciente xenofobia se adoptó sin reservas entre la población del medio rural.

En el ámbito de la aplicación de la justicia, tanto Gálvez como Barrundia impulsaron la adopción del código civil de Luisiana, conocido localmente como «Códigos de Livingston».

Este sistema intentó instalaban dentro de las audiencias la figura desconocida del jurado.

Más allá de las buenas intenciones, la realidad era que en Guatemala —país casi por completo analfabeta y con tradición cultural y jurídica distinta a la anglosajona— una norma de tal naturaleza requería de una ciudadanía con un mínimo de formación y consciencia individual.

Por esa razón, la medida jurídica adoptada, aunque éticamente elevada, resultó ser un rotundo fracaso.

Al igual que los códigos livingstonianos, el fomento a la construcción de obras civiles —como cárceles con celdas separadas, por ejemplo— tampoco tuvo los resultados deseado.

En lugar de valerse por medio de la persuasión, el gobierno impuso trabajos forzados a todo aquel que no pudiera pagar el impuesto de capitación, donde incluso sus bienes de trabajo eran afectos de a la expropiación.

Todos estos hechos en su conjunto —alguno sin ser malintencionados— propiciaron el descontento político y social en el Oriente guatemalteco pocos años después.
En esta región —con una marcada herencia cultural mestiza— las comunidades se componían de agricultores y ganaderos minifundistas.

Por razones que luego se expondrán, estos pequeños propietarios de tierra, en connivencia con sus curas doctrineros, se levantaron en armas contra el Estado de Guatemala hacia 1837, dando lugar al primer levantamiento popular exitoso de nuestra historia.


Referencias

Montúfar y Coronado, Manuel. Memorias para la historia de la revolucion de Centro America. Memorias de Jalapa. 4ª. Ed. Cd. de Guatemala, Guatemala: Sanchéz & de Guise, 1934.

Polo Sifontes , Francis. Historia de Guatemala. 3ª. Ed. Cd. de Guatemala, Guatemala: CENALTEX. Ministerio de Educación, 1993.

Salazár, Ramón A. Historia de Veintiun años. La independencia de Guatemala. s.n. ciudad de Guatemala, Guatemala: Tipografia Nacional de Guatemala, 1904.

Samayoa, José Eulalio. Notas, recuerdos y memorias. 1ª. Ed. Editado por Jorge Luján Muñoz. Vol. Pub. Especial n°. 46. Cd. de Guatemala, Guatª.: Académia de Geografía e Historia de Guatemala, 2010.


Woodward Jr., Ralph Lee. Rafael Carrera y la creación de la República de Guatemala, 1821-1871. 2ª. Ed. Traducido por Jorge Skinner-Klee. ciudad de Guatemala, Guatemala: Biblioteca Básica de Historia de Guatemala. Serviprensa Centroamericana, 2011.




[1] O la «regencia» como también se le llamaba en la documentación de la época.
[2] Este era un apodo que los provinciales del antiguo Reino le daban a la Nueva Guatemala de la Asunción.
[3] En su día este cuerpo colegiado se le llamaba «Consistorio» o «Ayuntamiento» como también se le llamó. Fue el germen del actual concejo municipal en nuestra legislación.
[4] La producción de este tinte se daba principalmente en la provincia de Guatemala, que incluía en aquellos días a la del partido de Soconusco y como la intendencia de San Salvador.
[5] Mayor información véase en Salazár, R.A. (1904), «Historia de Veintiun años.» […], págs. 113-116.
[6] Véase la obra de Manuel de Montúfar y Coronado (1791-1844) «Memorias de Jalapa para la historia de la revolución de Centroamérica».
[7] El sistema de elección democrático de aquellos días se sustentaba en el sufragio censitario, es decir, el ciudadano apto para votar seria todo el varón que alcanzara la mayoría de edad y que tuviera bienes e rentas conocidos. El sufragio universal de la actualidad se implementó mucho tiempo después.
[8] Este acontecimiento sucedió en enero de 1821
[9] Con algunas excepciones como el Perú y Paraguay.
[10] Salazár, R.A. (1904), op.cit. Cap. XXVI, XXXIII y XXXV.
[11] Que ocurrieron al mismo tiempo en que se designaba a Gainza el mando de la Jefatura Política Superior del Reino de Guatemala.
[12] Muchos testigos de los hechos, vueltos cronistas a posteriori dejaron claro que la agitación política en los últimos años de la colonia no podía dejarse en manos de las masas; conociendo el efecto —de primera mano— que provocó el caos dejado a su paso por las insurrecciones populares de Miguel Hidalgo y José María Morelos.
[13] Con fecha del 1º. de marzo de 1822.
[14] Nombre que tomo el antiguo Editor Constitucional.
[15] Adjetivo con el que se describió por mucho tiempo, a nivel regional, a la ciudad de Guatemala.
[16] Extensión del plan de Iguala, donde se constituía la nueva monarquía mexicana, en consecuencia, el acta de independencia de México.
[17] Con excepción de Santa Ana y San Miguel.
[18] Los «radicales», «fiebres» o «exaltados». Estos individuos abrazaron principalmente las ideas políticas y sociales de la Francia revolucionaria. 
[19] Sus opuestos continuaron llamándolos «serviles y bacos», en alusión a Baco, dios romano de la vendimia, las festividades y los excesos. En su mayor parte deseaban preservar hasta donde fuera posible el orden social del régimen colonial pero también se vieron influidos, políticamente, por los sistemas británico y americano.
[20] Tras la adopción de la Constitución Federal de 1824, las provincias se convirtieron en estados dentro de marco político de la República Federal de Centroamérica. 
[21] Parte de los profundos cambios llevado a cabo fue la secularización de gran parte de la toponimia importante en la nueva República. La provincia de San Salvador pasó a llamarse simplemente El Salvador.
[22] Por aquellos días, el adjetivo «chapín» era de uso exclusivo de la gente de provincia hacia los vecinos de la ciudad de Guatemala.
[23] Los antiguos corregimientos y partidos coloniales se convirtieron en departamentos.
[24] Que sin la debida infraestructura era prácticamente insignificante.
[25] Este impuesto era pagado exclusivamente por los indígenas.
[26] En aquellos tiempos los departamentos aquí descritos, abarcaban desde los actuales Huehuetenango hasta Izabal, incluyendo el Petén. 

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