viernes, 23 de diciembre de 2016

¿Para que «demonios» sirven los militares? … ¡aparte de saber marchar armados!

Publicado originalmente en el diario digital Panam Post, el jueves 22 de diciembre de 2016: https://es.panampost.com/editor/2016/12/22/el-innegable-respaldo-popular-al-ejercito-de-guatemala/

Muchos nos hemos preguntado alguna vez que utilidad pueden tener los ejércitos. En el caso guatemalteco, la institución castrense es incondicionalmente amada u odiada ―en forma desaforada y visceral― pues la percepción de afinidad u hostilidad dependerá de razones estrictamente personales. Particularmente he notado estos extremos entre los estratos sociales más o menos educados. Sin embargo, hay algunos —en especial entre el medio urbano menos instruido— que perciben al uniformado de una forma más neutral; como sí pertenecer a la institución fuera una suerte de castigo para los descarriados que necesitan ser corregidos.

Con todo, el resto de la población —en particular la del medio rural que más sufrió los embates de la fase más compleja del enfrentamiento armado interno ocurrido en Guatemala entre 1977 y 1990[1]— la percepción de las fuerzas armadas no deja de sorprender por su amplio respaldo popular. Este fenómeno no deja de llamar la atención, puesto que desde hace décadas la incansable campaña que busca desacreditar a los militares guatemaltecos no ha dejado de crecer en intensidad y agresividad[2].

A partir de esta entrada, en la que cuento con la asistencia magistral de la Capt. As. Lucila Sierra González[3] (B. A. en Arqueología, USAC) curadora del Servicio de Historia Militar—Museo del Ejercito de Guatemala— quiero centrarme concretamente en lo que han recibido los pueblos de Guatemala; a cambio tener una institución como el Ejército de Guatemala. Por eso en la presente entrada dejaré momentáneamente de lado su mandato histórico y constitucional: proteger y defender a la Nación Guatemalteca de sus potenciales agresores externos y/o internos (Art. 244 y 245 de la Constitución Política de la República de Guatemala).

En síntesis, puede concluirse que el aporte del Ejército guatemalteco a los pueblos que componen nuestra nación puede destacarse en tres elementos de carácter patriótico: la instrucción (transformada en educación formal y técnica), las comunicaciones (convertidas en oportunidad de crecimiento económico) y la asistencia comunitaria (desde el ámbito sanitario hasta la contingencia de desastres). Para el presente artículo ofrezco algunos datos curiosos sobre el apoyo castrense en materia de instrucción y educación durante la época previa a la revolución de 1944.

En distintos grados y magnitudes, dichos componentes han estado relacionados al Ejército guatemalteco desde los albores de la Primera República o período conservador (entre 1847 y 1870). En aquel tiempo, se recompensaba a quienes habían cumplido su servicio militar con un estipendio complementario a su retiro, siempre y cuando al regresar a lugar de origen, proyectara lo aprendido en el cuartel en beneficio de su comunidad.

Sin embargo, esta praxis quedó institucionalizada dentro del ordenamiento jurídico a principios de la Segunda República o tercer régimen liberal (1871-1885), cuando se habilitaron las primeras escuelas de educación primaria dentro de los cuarteles. Ejemplos donde la tropa recibió los rudimentos de la alfabetización se encuentran tanto en la literatura costumbrista (como los trabajos del finado periodista chapín Héctor Gaitán Alfaro[4]) como en los ensayos historiográficos más rigurosos (como el caso de historiador italiano Piero Gleijeses[5]).

A finales del siglo XIX y principios del XX, el déficit de preceptores y pedagogos civiles era tan notorio que —en virtud al espíritu positivista de la época—se aprovechó el personal con formación académica y militar formados en la Escuela Politécnica, nacida en 1873. Algo después, durante la administración del Pdte. Gral. José María Reina Barrios (1892-1898), quedaron incorporados algunos cursos militares como el manejo de fusil, armamento y orden cerrado al pensum de estudios en los institutos nacionales masculinos. De acuerdo a Sonia Alda Mejías (Ph.D. de Historia, Fund. O&G) la educación [en tiempos del liberalismo positivista], era «el bautismo de la civilización” [donde] el ciudadano sería capaz “de comprender sus deberes, […] derechos, […] intereses [y] de conducirse i(sic) vivir bajo el imperio de la libertad» (Alda, 2000, p. 301)[6].

No obstante, ante el aumento demográfico en la primera mitad del siglo XX, la demanda de profesionales en el ramo educativo aumentó, sin que su oferta realmente llenara este requerimiento. La escasez de personal magisterial calificado, así como su eficiencia puso en aprietos a los gobiernos en tiempos de nuestros ancestros más cercanos. Por esa razón, el Estado tuvo que seguir apoyándose en los militares para administrar y enseñar dentro de los planteles de educación pública. Por eso, la Secretaría de Estado en el Despacho de Educación Pública —apoyándose en el despacho de la Guerra— tuvo para nombrar oficiales graduados de Escuela como directores académicos y administrativos, así como personal docente. En este sentido los motivos concretos para obrar de esta forma se debieron a dos razones, una de carácter institucional y otra de carácter civilista.  

La primera fue que, durante la década de los veintes y los treintas muchos elementos del gremio magisterial —los mismos maestros— se quejaban que el comportamiento de los alumnos; tanto normalistas como de los institutos nacionales, rayaba en la anarquía; por cuanto las solicitudes habrán sido rápidamente atendidas. En el segundo caso, de acuerdo al testimonio de un testigo de la época, hubo jóvenes que —a título personal—solicitaron la militarización de los institutos públicos a principios de la época del Pdte. Gral. Jorge Ubico Castañeda (1931-1944). Este dato fue proporcionado por el venerable Tnte. y Dr. don Jorge Martínez del Rosal Alburéz[7], nacido en 1924 (CC. 831 y Ph.D. en MVZ, UNAM).

Cuando mi señora abuela, Profª. Marta Camey Herrera de López[8] (n. 1922- m. 2015) y graduada en 1941 (Mtrª. de Ed. Prim. – Instituto Nacional Central para Señoritas de Belén) compartió con este servidor sus recuerdos de juventud hace algunos años; corroboró que el modelo de la educación militarizada era sumamente estricto, pero altamente eficaz (Dardón, 2014, pp. 61-78). Fue ella quien contó que ―en tiempos del Gral. Ubico―, se incorporó la calistenia como parte del pensum de estudios en el «colegio de Belén». Esta disciplina, precedente inmediato de los cursos de educación física, tenía sus orígenes en la formación física militar. Para aclarar dudas sobre sus lealtades personales, mi finada antepasada siempre se consideró como una maestra «revolucionaria del 44»[9].

Siguiendo con las impresiones de la Capt. Sierra González, cuando se inició el proceso de militarización en las escuelas normales, institutos públicos civiles e incluso colegios privados —v. gr. el Instituto «Modelo»—; fue uno de los centros educativos que solicitó a la Secretaria de Estado en el despacho de la Guerra (precedente del actual Ministerio de la Defensa Nacional) la adopción del régimen de militarización por aquel entonces. Para efectos prácticos, se nombraba a un instructor militar que impartiera la catedra asignada dentro del plantel. Generalmente el oficial nombrado como instructor se mantenía de alta en el cuartel más cercano al centro educativo, por lo recibía entonces su sueldo ordinario del Ejército. En estas circunstancias el oficial se vería en la necesidad de compartir su tiempo de servicio militar con la función civil.

Un ejemplo, particularmente conspicuo, fue el caso del Gral. de Div. Jose María Orellana Pinto (luego Pdte. de la República, 1922-1926), cuando ocupó el puesto de director del Instituto Nacional Central de Varones entre 1902 y 1904 teniendo también la responsabilidad de la Jefatura del Estado Mayor Presidencial[10] (Rodríguez Beteta, 1980, p. 57; Mérida González, 2003, p. 34). Sí concentramos la atención en cómo se conducían nuestros padres, abuelos y bisabuelos (para quienes tuvimos la dicha de conocerlos) durante nuestros años de crianza; caemos fácilmente en la cuenta que la disciplina, orden y civismo fueron el «pan nuestro de cada día» de nuestros ancestros más inmediatos.

Aunque haya quienes se empeñen en hacer «las de los tres monos» (¡que de sabios no tiene nada!), rezongando su extremada frustración y obtusa antipatía frente a los uniformados, cabe preguntarse: Sí la educación militarizada solo enseñaba a marchar con fusil y crear autómatas, ¿cómo fue que después de la caída del régimen liberal, no se buscó extirpar el «militarismo autoritario» a favor del «civilismo democrático»? como ocurrió, aparentemente, en el caso costarricense. ¿Por qué entonces una institución «tan mal vista» (según sus detractores) no solo permaneció en el tiempo y el espacio, sino que profundizó su campo de acción directa sobre la población civil, particularmente la rural?

En la siguiente entrada, se ofrecerán algunas consideraciones sobre la continuidad del Ejercito en su labor de proyección y permanencia dentro del imaginario popular de los años posteriores a las transformaciones políticas y sociales de mediados del siglo XX.


Fotografía compartida el día 16 de diciembre de 2016 en el perfil 
oficial del Ejercito de Guatemala en Facebook (Ejército GT Oficial). 
En la misma puede apreciarse el desfile de damas y caballeros 
cadetes recién graduados de la Escuela Politécnica (Universidad Militar 
de Guatemala), cuyo campus se localiza en la aldea Comunidad de 
Ruíz, municipio de San Juan Sacatepéquez del departamento de Guatemala. 



[1] Véase en Lujan Muñoz, J. (1996) Guatemala. Breve historia contemporánea. Fondo de Cultura Económica, Guatemala, C.A.; Sabino, C. (2008) Guatemala. La historia silenciada. Tomo II. El domino que no cayó. Fondo de Cultura Económica.: Guatemala, C.A.; Mérida, M. (2010) La historia negada. Compendio acerca del conflicto armado interno en Guatemala, s/n.: Guatemala, C.A.; Ventura Avendaño, V. M. (2012) La Estrategia Fallida. El Ocaso de “guerra popular prolongada” (Guatemala, 1979-2000), Centro Editorial Vile.: Guatemala, C.A.; Platero Trabanino, O. G. (2013) ¡Las batallas por Guatemala!: crónica investigativa sobre hechos importantes antes, durante y después del enfrentamiento armado interno. Editorial O. de León Palacios.: Guatemala, C.A.; AVEMILGUA (2012) Guatemala bajo asedio. Lo que nunca se ha contado. s.n.: Guatemala, C.A.
[2] Para tener una panorámica clara del fenómeno mediático véase los artículos sobre Guatemala de Anton Toursinov (https://es.panampost.com/; http://diariodigital.gt/author/anton-toursinov/ ; https://cees.org.gt/author/Anton/ ; http://www.republicagt.com/author/anton-tousinov/; http://chh.ufm.edu/blogchh/author/antonufm/); Carlos Sabino (https://es.panampost.com/) Steve Hecht y David Landau (https://es.panampost.com/author/steve-hecht/)
[3] Entrevistada el lunes 5 de diciembre del presente año, con autorización del alto mando del Estado Mayor de la Defensa Nacional.
[4] Las referencias a estos hechos están diseminadas en la colección de libros de «La calle donde tú vives», publicados entre 1971 y 2007. (N. del A.)
[5] Véase a Gleijeses, P. (1991) Shattered hope: The Guatemalan Revolution and the United States, 1944-1954. Princeton University Press, Princeton, NJ, U.S.A.
[6] Véase en Alda Mejias, S. (2000) «El debate entre liberales y conservadores en Centroamérica. Distintos medios para un objetivo común, la construcción de una república de ciudadanos (1821-1900).», Espacio, Tiempo y Forma. Serie V. Hª. Contemporánea, t. 13, págs. 271-311.
[7] Entrevistado en el 19 de noviembre de 2015.
[8] Entrevistada entre el 19 de octubre de 2012 y el 1 de noviembre de 2014.
[9] Véase en Dardón López, J. R. (2014) Memorias de una maestra betlemita (1926-1963). (Tesis M.A.). Universidad Francisco Marroquín, Guatemala, C.A. Recuperado de http://www.tesis.ufm.edu.gt/pdf/521050.pdf el 23 de diciembre de 2016).
[10] Véase en Rodríguez Beteta, V. (1980). No es guerra de hermanos sino de bananos; como evité la guerra en Centroamérica en 1928. Biblioteca de Cultura Popular "20 de octubre", n°. 53. Guatemala: Editorial «José de Pineda Ibarra.»; Mérida González, A. K. (2003). «El periodismo escrito en la Ciudad de Guatemala durante los años 1900-1925.» Guatemala: Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala. Recuperado de Wikipedia (versión en lengua castellana https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Orellana#CITAREFM.C3.A9rida_Gonz.C3.A1lez2003 el 23 de diciembre de 2016). 

martes, 6 de diciembre de 2016

La fijación de las izquierdas con el Ejército de Guatemala.

Publicado originalmente en el diario digital Panam Post, el miércoles 30 de noviembre de 2016: https://es.panampost.com/editor/2016/11/30/fijacion-izquierdas-guatemala/

Así como en otros países de la América latina, en Guatemala existe un fenómeno mediático que, por momentos, sube y baja de intensidad. Dicho fenómeno —que no es otro más la cacería de brujas contra miembros y aliados de las instituciones armadas en nuestros países—responde generalmente a circunstancias de coyuntura política en el exterior, que bien aprovechadas por los enemigos de la institucionalidad, suelen dejar réditos políticos y económicos muy sustanciosos.

Pero regresando al hecho concreto, la demonización de las Fuerzas Armadas guatemaltecas empezó en 1977 cuando el paradigma de los derechos humanos cobró fuerza como nuevo derrotero en la política exterior de los EE.UU. durante la llamada «Era Carter»[1]. Desde el principio, estas acciones sirvieron de apoyo a los distintos grupos subversivos —como las FAR, el EGP, la ORPA y el PGT(PC)-DN[2]— en su búsqueda por el poder político a través del terrorismo contra el Estado y sus habitantes. Esta oleada aprovechó magistralmente el vacío comunicacional que las mismas autoridades gubernativas indujeron desde el ámbito diplomático de aquel tiempo.

Sin embargo, por los excelentes resultados de la estrategia diseñada para la contraofensiva militar entre 1982 y 1990[3]; los líderes de la subversión armada se apoyaron en sus aliados externos, por lo que se empeñaron a buscar desesperadamente una salida política del conflicto en esos años[4]. De manera simultánea con la apertura al proceso democrático de 1986, la inexperiencia de la nueva clase política, así como el oportunismo personalista en algunos de sus actores aprovechó las debilidades presentes en la naciente institucionalidad. para así seguir consolidando el Estado patrimonial. Al mismo tiempo que alentó a la izquierda no-armada a buscar espacios protagónicos[5].

Las negociaciones que buscaban el cese al fuego quedaron divididas por el “Serranazo[6]” en dos fases totalmente distintas. Es con esto que la firma de los acuerdos y los efectos posteriores de la denominada «paz firme y duradera»; sugieren la continuidad del principio militar de la «guerra revolucionaria[7]» en su modalidad de guerra psicológica[8]. Cabe señalar que el principal motor de la misma, irónicamente, ha sido y continúa siendo la ayuda económica internacional[9].

La inconsistencia, improvisación y pragmatismo de quienes gobernaron en los años de la primera parte del proceso de paz facilitó la propagación sistémica de las organizaciones no gubernamentales que pronto se adjudicaron atribuciones tradicionalmente exclusivas del Estado. La desarticulación de instituciones como la Policía Nacional, la Guardia de Hacienda y así como la reducción drástica y apresurada del Ejército y sus cuadros auxiliares, en casi un 70% de su capacidad máxima[10].  

Con el paulatino deterioro de la institucionalidad del Estado en sus tres poderes principales, la penetración en miríada de cuadros intelectuales de las izquierdas posrevolucionarias se convirtió en un hecho, al parecer irreversible. Este cambio, de quienes crean opinión pública, ha venido acuerpándose con los años en las diversas denominaciones políticas e ideológicas como los progresistas, ecológicas, indigenistas, feministas, teóricos de género, &ª.

La presión internacional por cumplir acuerdos en forma apresurada sin medir consecuencias de carácter interno —a mediano y largo plazo[11]— carcomió sutil pero inexorablemente las habilidades y experiencias adquiridas por las instituciones estatales, establecidas desde mediados de la década de los años cincuenta. El inicio de la descomposición del Estado guatemalteco, el «enemigo a vencer» por las guerrillas, se convirtió en un hecho consumado[12].

La única de todas las instituciones estatales que logró evitar su eliminación sistemática fue el Ejército Nacional. Con la depuración de las tropas, especialistas y gran parte de la oficialidad, así como el cierre de las zonas militares en los departamentos más afectados por el enfrentamiento armado interno, la presencia del Estado quedo sujeta a nuevas pero endebles instituciones, como la Policía Nacional Civil[13]. En su lugar, las ONG´s, el ala radical de la Iglesia católica y el narcotráfico pasaron a convertirse en caudillos y autoridades de facto en regiones fronterizas.

Hoy en día, la militancia ideológica de las izquierdas acapara casi por completo a la prensa escrita, las redes sociales y los canales de televisión por cable en casi toda Guatemala. Han cerrado desde hace años filas frente a quienes manifiesten enfoques divergentes mediante campañas donde en algunos casos se ataca el prestigio y la honra de muchos voceros con enfoques de derechas —sea liberal o conservador— con solo demostrar empatía hacia la institución armada.

La difusión y fomento de las actividades a favor de los pueblos que componen esta República, de labores genuinamente positivas emanadas de la iniciativa del Ejército Nacional prácticamente se limitan a la difusión en redes sociales, dado que la institución carece de un sistema de información nacional como en otra época lo constituyó el canal de televisión y emisora de radio nacional, &a.



NOTAS A PIE DE PÁGINA:

[1] Véase en Sabino, Carlos. (2008) Guatemala. La historia silenciada. El domino que no cayó. Editorial del Fondo de Cultura Económica, Guatemala, pp. 242-248.
[2] Se trataba de las Fuerzas Armadas Rebeldes, Ejército Guatemalteco de los Pobres, la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas y el Partido Guatemalteco del Trabajo (Partido Comunista) - Dirección Nacional. Véase Sabino, (2008: 15-17).
[3] Véase en amplitud a Ventura Arellano, Víctor. (2012) La estrategia fallida. El ocaso de “una guerra popular prolongada”. (Guatemala, 1979-2000). Centro Editorial Vile. Guatemala.
[4] Una excelente fuente documental, por su carácter de referencia directa, fue publicada en Bolaños de Zarco, Teresa. (1996) Crónica del proceso de paz guatemalteco. La culebra en la corbata. Editorial Diana. México, D.F.
[5] Existen varias referencias de estos hechos narradas por Bolaños de Zarco (1996) en varios de sus capítulos.  También Sabino (2008: pp. 343-346); Ventura Arellano (2012: 198-199) así como en las publicaciones de la desaparecida revista Crónica (1987-1998). Recuperado el 28 de noviembre de 2016, de http://cronica.ufm.edu/index.php/P%C3%A1gina_principal
[6] Así se le conoce al intento de «autogolpe» de Estado por el entonces Pdte. Ing. Jorge Antonio Serrano Elías y algunos miembros de la bancada oficialista del MAS en el Congreso de la República.
[7] También denominada «de guerrillas» o «enfrentamiento de baja intensidad». Véase a Vázquez, Olmedo. (2016) Guerras de cuarta generación. Una aproximación a las guerras del siglo XXI. Editorial Episteme, Miami, pp. 75-77
[8] Idem, p. 86-91.
[9] Tanto Anton Toursinov (recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.republicagt.com/sin-categoria/el-terrorismo-a-18-anos-de-la-firma-de-los-acuerdos-de-paz/) como diversos reportajes de investigación publicados en el diario RepublicaGT sobre la conflictividad en Guatemala dan prueba de lo que aquí se expone.
[10] Como fue el caso de las Patrullas de Autodefensa Civil, la Policía Militar Ambulante y los comisionados militares. Véase Ventura Arellano (2012: 204-213).
[11] Véase la referencia de Ventura Arellano en la nota al pie n°. 4 de este mismo artículo.
[12] Aunque esta interpretación y criterio son personales, baso mis criterios en los artículos versados en derecho constitucional del Lic. Carlos Molina Mencos publicados los días 29 de octubre (Recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=856) y 12 de noviembre de 2016 (Recuperado el 28 de noviembre de 2016 en http://www.opinionpi.com/detalle_articulo.php?id=856) en la revista digital «Plaza de opinión —Opinión π».
[13] Véase la nota a pie n° 9.